Por: Oscar Alfonso Sosa
Cuando a los 16 años Manuel Emilio Martín González llegó a las tierras de su abuelo, en la hoy Cooperativa de Créditos y Servicios Simón Bolívar, de esta localidad, jamás imaginó que una década después la sabiduría y la tradición harían de la finca Cristóbal, en la zona de Centeno, un referente de la producción agrícola en manos jóvenes.
Aquí crecí, me crié y desde hace un buen tiempo soy el responsable máximo de cuanto ves, fruto de la continuidad de una larga historia familiar a la que le queda mucho por decir, sentenció este campesino que con apenas 26 años se sabe seguro de cuanto hace.
Desde mi llegada, mi abuelo José Manuel Martín me recibió con la ternura de siempre, me puso a su lado y comencé a aprender de esa experiencia que ya conocía de niño, recordó, pero solo pude disfrutar de su compañía cinco meses y tras su fallecimiento asumí la responsabilidad total de la finca, algo que me sorprendió.
Mientras arrima el taburete a la pared y coloca el sombrero en la mesa, Martín González “desgranaˮ las múltiples funciones que realizan en esta porción de tierra mucho antes del amanecer.
La ganadería siempre ha sido lo más complejo, abuelo trabajaba mucho el retrocruce para buscar animales fuertes, que se adaptaran a las condiciones más difíciles y, a la vez, fueran productivos, subrayó, y esa fue mi primera meta, mantener y mejorar el rebaño, una tarea en la que me ayudó observar al resto de los obreros.
Con el tiempo, Manuel Emilio comenzó a ordenar a su forma la finca, delimitó bien los potreros para que los animales no escapen y causen algún accidente en la carretera, creó las condiciones para el descanso de quienes laboran aquí y cubrió cada palmo de la tierra.
De la tradición guajira conocí como hacer para que la finca dé alimentos siempre y esa herencia la consolido, pues de los árboles frutales, por ejemplo, preparo pulpas para el año, el palmar está cercado y los animales se alimentan del palmiche que gotea y hasta círculos infantiles y la escuela especial que radica a menos de un kilómetro “viajanˮ directo las producciones, aclaró.
Sin descuidar ni una de las faenas que en esta porción del norte espirituano se realizan, este joven que inspira atiende de forma especial la reproducción para fortalecer el rebaño; y te aseguro que ni en la más brava de las sequías faltan la comida y el agua, subrayó al tiempo que su brazo indicó el lugar donde nace el río Cristóbal, “un regalo de la naturalezaˮ, y el molino de viento que señorea a un costado de la vivienda.
Cuando vives en una finca campesina y no creas las condiciones vitales para la subsistencia y la solidez de la economía, aún en situaciones complejas, estás perdiendo un tiempo divino, puntualizó, autoabastecernos y apoyar a los obreros nos permite, además, disponer de otros fondos para solucionar los imprevistos, para reparar y darle mantenimiento a las instalaciones y los equipos y para proyectarnos en otros frentes.
A la interrogante de si nunca tuvo miedo, con sus 16 años, de enfrentarse a un compromiso de tanta envergadura, con una herencia merecedora de respeto, Manuel Emilio respondió con la serenidad de un experto campesino.
Tras asumir esta tarea, muchos pasaban y comentaban que no podría, acotó, pero “a pechoˮ, con voluntad y amor por esta riqueza abonada con el sudor de la familia aquí está la finca Cristóbal, linda, limpia, productiva y con historias aún por escribir, pues nada se desperdicia, ni las sugerencias, por muy sencillas que parezcan.
Manuel Emilio nació para ser campesino y aquí estoy y estaré, contento, satisfecho y decidido por mejores cosas a base del trabajo, la mejor enseñanza del “viejucoˮ José Manuel Martín, a quien nunca le fallaré, manifestó.
(Tomado de ACN)