mayo 17, 2024
Historias

Acoso en el transporte urbano: Desnudas con la ropa puesta

7:45 de la noche aproximadamente. No recuerdo la fecha exacta, solo el mes: noviembre. Iba en un P9, con una mano sosteniéndome y con la otra agarrando la mochila. La guagua estaba repleta. Todos con caras de obstine, cansancio, luego de una extenuante jornada laboral.

Mi novio de ese entonces me esperaba en la Cujae, quería ir hasta el Vedado a recogerme, pero, ¿qué me podría pasar a las 7 de la noche con la calle y la guagua repleta de personas? ¡Qué ilusa!

Pasaban las paradas y el nudo en el acordeón del ómnibus no se destrababa. Sentía algo abultado cerca. Cada vez más cerca. Miré de reojo y estaba ahí. Nunca olvidaré su cara, sucia, arrugada. Rondaba los 50 y el hedor que desprendía se impregnaba con fuerza entre más se acercaba. A veces, luego de cuatro años, cierro los ojos y aún lo siento.

Volví a mirar y una de sus manos estaba dentro de su pantalón. Me movía y lograba avanzar par de pasos, y al instante, estaba de nuevo detrás de mí. Abría los ojos e intentaba buscar ayuda entre los otros pasajeros. ¿Acaso más nadie lo veía? Trataba de hablar y un nudo en la garganta no me lo permitía. Sentí miedo. Demasiado miedo, y más que miedo, impotencia. Solo atiné a rezar sin importar que soy atea.

“Queda una parada para La Ceguera; ahí la guagua siempre se vacía y puedo salir de aquí”, pensé. Y fue justo así, me moví junto a la gente que se bajaba en dirección a la puerta y cuando quedaba apenas un metro para subir la escalera de la parte de atrás del autobús, sentí que algo caliente corría por mi pierna.

Sabía lo que era y me quedé inmóvil hasta la última parada. “Es mi culpa, no me tenía que haber puesto una saya, ¿en qué momento lo hizo?, ¿por qué nadie lo vio?, ¿por qué no grité?”. Llegué a la Cujae y corrí hasta donde estaba mi novio y lo abracé. Estaba en shock. Me llevó hasta la ducha de su cuarto y limpió mi pierna. Pero quedó sucia, aún está sucia y cada vez que puedo la restriego con más fuerza.

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Imagen: Tomada de Mapasin.

La violencia basada en género es más común de lo que parece, y el acoso es una de sus manifestaciones. Las víctimas suelen ser mujeres y miembros de la comunidad LGBTIQ+, pero los hombres no escapan de estas situaciones, aunque son menos, estadísticamente hablando.

ONU Mujeres —la organización de Naciones Unidas encargada de defender los derechos de ese sector de la población— refiere que el acoso sexual es la expresión menos intensa de violencia sexual.

“Incluye formas sin contacto físico, como comentarios sexuales, silbidos, peticiones de favores, miradas sexualmente sugerentes, exposición de los órganos sexuales…Pero también implica formas de contacto físico, como los tocamientos, los pellizcos, las palmadas o rozarse contra otra persona de manera sexual”.

Más graves que el acoso son los abusos sexuales (el acceso al cuerpo de otro sin consentimiento y sin violencia física) y la agresión sexual o violación (penetración vaginal, anal u oral no consensuada de carácter sexual en el cuerpo de otra persona con cualquier parte del cuerpo u objeto).

Si bien estas últimas son delitos evidentes y reprochables por la sociedad en su conjunto, ciertos tipos de acoso están normalizados en el entorno patriarcal nuestro, dígase las miradas, algunos gestos y los controversiales piropos. Sobre estos, existen mujeres que los consideran una reafirmación de su apariencia y se pueden hasta sentir mal si no reciben los esperados “halagos”.

Muchas no tienen en cuenta que la barrera entre el piropo que elogia y el que agrede se puede esfumar al más mínimo traspiés. Depende de nuestras respuestas e, incluso, del estado anímico de quien los profiere.

En el artículo “Del acoso a la violencia”, publicado por SEMlac, María Teresa Díaz, psicóloga del Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR), señala que “la diferencia entre acoso sexual y piropo no está en su contenido, si es halagador o grosero; sino en los niveles de consentimiento”.

Para la especialista se trata, sobre todo, de la capacidad que tenga la mujer de decidir, detener o evitar un lance intrusivo que es generador de malestar y subordinación. “Es un lance indeseado, impuesto y una intromisión no solicitada”, refiere.

En el mismo trabajo, Gabriel Coderch, director del Centro Oscar Arnulfo Romero, considera que el acoso atenta contra la dignidad de la mujer y le crea un ambiente hostil e inseguro. “Ningún acoso es positivo para la víctima, que puede sentirse ofendida y desprotegida”, precisa.

Aunque es común restar importancia al acto y a sus consecuencias negativas, y hay quien lo presume como alarde de hombría, el profesor de la Universidad Central de Las Villas y coordinador de la Articulación Juvenil de OAR en Villa Clara, Juan Carlos Gutiérrez, explicaba hace dos años a Cubadebate que quienes sufren acoso “pueden acarrear varios problemas de salud mental: baja autoestima, desórdenes alimentarios, estrés post traumático, ansiedad, depresión e, incluso, suicidio en los casos más extremos”.

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“La historia que te voy a hacer la han vivido muchas mujeres”, afirma Carla, de 25 años. “En primer año de la carrera usaba mucho el P2. Lo cogía en G y me dejaba frente a la Facultad de Comunicación. Ese día estaba lleno e iba en la puerta. Tenía puesta una saya short. El señor que estaba delante de mí bajó una mano para metérmela debajo de la saya. Cuando se percató de que tenía un short, me miró con cara rara. Le empecé a gritar y el resto de las personas no reaccionaron, excepto pocas mujeres”.

Otra vez, en un P4, un hombre de unos cuarenta años la siguió por toda la guagua, sin importar donde se pusiera. “Había un muchacho solo y lo saludé como si lo conociera. Él se percató de la situación y siguió el hilo de la conversación. De esa manera, con un apoyo masculino, ese hombre me dejó en paz”.

Hace una semana iba rumbo a La Habana. Paró un carro y se montó delante, con el chofer. En el asiento trasero había una pareja joven, que se quedó por el Coppelia. Cuando bajaron, el chofer le sacó conversación. “‘Yo te conozco, tu personalidad es inconfundible’, me dijo. Agarré la sombrilla por si tenía que defenderme. Empezó a decirme donde yo vivía y parte de mis rutinas. Tomé el celular y le envíe un mensaje a mi novio con las características del carro. No hablo con los choferes, no porque sea una antisocial, sino por temor. Vivimos con ese miedo, aprehendido, porque nos acosan desde que somos niñas”.

En primer año de la carrera, Alicia estaba alquilada cerca del aeropuerto. Una de las tantas veces que cogió la guagua al salir de la universidad sintió que alguien la presionaba en su parte posterior.

“Pensé que era la punta del bolso de una persona la que me estaba molestando. Miré para atrás y era un señor gordo de estatura baja, que tenía su miembro fuera del pantalón. Como había tantas personas, nadie lo había visto. Empecé a gritar y otra mujer, que se había percatado de su comportamiento extraño, saltó. La reacción de la gente fue rápida. Un hombre inmenso se le abalanzó encima y lo empujó. Me quedé en la próxima parada, al igual que el acosador, pero en el tumulto de las personas se desapareció.

“Otros pasajeros que se bajaron se quedaron un momento a mi lado porque me puse a llorar. Imagínate, acabada de llegar del campo. Me sentí muy indefensa. Desde ese día, cada vez que me montaba en una guagua le daba la espalda a la pared, por miedo a sufrir de nuevo una escena similar”.

La historia de Lía fue en la parada de la 51. Llegó un rutero y se hizo el típico molote en la puerta de la guagua. “Tenía puesta una faja corta y sentí que me tocaban donde se une el muslo y la nalga. Me pellizcaban, me amasaban. Estaba concentrada en montarme y no lo noté al principio.

“Giré la cabeza y era un hombre que había venido incluso en la misma guagua de la que me había bajado antes. Lo miré a los ojos y lo dejó de hacer. Me pasé todo el día sintiéndome muy mal. Se me aguaron los ojos cuando bajé del rutero”.

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Imagen: Tomada de IQ Latino.

En 2016, el Centro de Estudios de la Mujer de la Federación de Mujeres Cubanas y el Centro de Estudios de Población y Desarrollo de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información realizaron la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género. 

El 51.9 % de los 19 189 participantes en el sondeo apreció que en Cuba la violencia contra la mujer es poca, el 30 % afirmó que es mucha y el 8.9 % refirió que no existe. Aproximadamente el 80 % de los encuestados reconoció que el problema existe, en mayor o menor grado, dentro de nuestra sociedad.

El gobierno cubano ha manifestado su voluntad para hacer frente al asunto. El Decreto Presidencial 198, del 20 de febrero de 2021, aprobó el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres, que establece entre sus objetivos exigir, atender, dar seguimiento y enfrentar de manera integrada y sistémica, las manifestaciones violentas o discriminatorias en todos los ámbitos de la sociedad.

Además, el documento legal sirve de sustento a la Estrategia Integral de Prevención y Atención a la Violencia de Género y en el Escenario Familiar, aprobada mediante el Acuerdo 9231 de 2021 del Consejo de Ministros. La Estrategia se destina, entre otras cuestiones, a perfeccionar el entorno jurídico nacional, a través de la transversalización de la perspectiva de género en las normas jurídicas sustantivas y procesales, fortaleciendo los mecanismos que garanticen el acceso a la justicia a las víctimas de violencia de género, su acompañamiento y protección e impida la impunidad de los agresores.

El Código Penal cubano, en su Título XVI, sección tercera, “Acoso y ultraje sexual”, expone en el Artículo 137:

“Se sanciona con privación de libertad de seis meses a dos años o multa de doscientas a quinientas cuotas o ambas, a quien, directamente o a través de cualquier medio de comunicación, acose a otra persona con requerimientos sexuales para sí o para un tercero (…) Incurre en igual sanción quien realice públicamente exhibiciones o actos sexuales, que solo deben ocurrir en la intimidad”.

Se trata, sin dudas, de pasos de avance en el tratamiento del tema, en lo que ha contribuido el quehacer de instituciones como el Centro Oscar Arnulfo Romero (con su campaña Evoluciona), la Federación de Mujeres Cubanas, la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad, el Cenesex, Unfpa Cuba, entre otras.

Pero en ocasiones tenemos los fenómenos delante y no nos percatamos, por su naturalización. El acoso sexual no solo ocurre en el transporte urbano, o en la calle. También puede manifestarse en instituciones —dígase escuela, trabajo, iglesia, familia— y en el escenario digital. Y puede ser perpetrado por personas desconocidas o cercanas.

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Desde pequeñas, a las niñas se les enseña que deben cruzar las piernas, que no “deben provocar” a los varones con determinadas ropas o comportamientos. A los niños se les hace la trillada pregunta ¿cuántas novias tienes?, se les dice que deben “enamorar” a las del sexo opuesto y, con ese fin, pueden decirles “piropos” en el espacio público. Si no, ¿cómo se forman las parejas?
Pero es hora de ir cambiando las interrogantes. ¿Se han preguntado cómo quebrar esos mandatos de la masculinidad hegemónica, que subyuga a los propios varones? ¿Y el respeto al cuerpo, el espacio y la intimidad de las mujeres dónde queda?

Ellas toman el transporte público de camino a la escuela, al trabajo, a la casa, a una cita, a resolver los problemas más elementales y cotidianos. Es inaudito que, encima de las presiones diarias, deban tener la preocupación de que no se pegue demasiado el señor que viene detrás, de agarrarse la saya, taparse el escote o pararse en un lugar donde “no la repellen mucho”.

Como no hay otro remedio, siguen tomando su guagua de cada día, presenciando o protagonizando las mismas escenas. Pagan su dinero, avanzan como pueden y esperan que llegue rápido su parada. En pleno siglo XXI, casi todas las cubanas se han sentido alguna vez desnudas con la ropa puesta.

Escuche algunos testimonios de acoso en el transporte urbano:

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1 Comentario

  • Nicole mayo 12, 2023

    Yo estudiaba en la cujae y me movía en una bicicleta eléctrica todos los días. Un día de repente llegando al puente de calabazar cuando miro hacia la derecha entre unas matas de plátano habia un hombre parado completamente desnudo, con su miembro viril entre las manos tocándose y mirándome con una cara de sucio, que hoy en día no se me olvida, al verlo me planteo ir a la estación del capri a denunciar y dije no, no me van a hacer caso. Hoy en día cada vez que paso x ahí así sea en guagua tengo miedo de encontrarme lo, porque después de ese día, me lo encontré como tres veces más, y en una de esas me llene de valor y fui a la estacio, y me atendieron dos mujeres que estaban más pendientes del teléfono que de mi y me dijeron que es normal, que son cosas a la que nos enfrentamos las mujeres que cuando tocará el cambio de turno, sabrá Dios a qué hora, entonces el carro iba a pasar por ahí. En fin que parece que hoy en día tenemos una idea muy erróneo de cosas que al parecer tenemos que aguantar x ser mujer

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