septiembre 20, 2024
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Ernesto y los bomberos: un amor a primera vista

Por: María Caridad Guindo Gutiérrez

Lo del veinteañero Ernesto Alejandro González Prieto con los bomberos fue amor a primera vista. Desde séptimo grado, en la secundaria José de la Luz y Caballero, en Guanajay, la posición estratégica de su aula frente a la estación de bomberos le dejó fascinado con las sirenas y la adrenalina.

Un día fueron a la escuela a hacer captaciones para un círculo de interés y él quiso familiarizarse con el trabajo. Participó en actividades municipales, provinciales, concursos…, hasta incorporarse en noveno grado como bombero voluntario.

Ernesto junto a sus compañeros del Comando 2. Foto: El Artemiseño.

“A partir de mi contacto con ellos me percaté de lo hermoso de esta labor. Eso me reafirmó la decisión de quedarme, de ahí que todos los días al terminar las clases, pasara la calle y me incorporara a las tareas cotidianas”.

El romance no pudo romperlo la especialidad de obrero calificado en mecánica, que le llegó al concluir la secundaria. Ernesto Alejandro abandonó el politécnico, tras consultarlo con sus padres. “Continué mi preparación, a partir de la observación, constantes preguntas a mis compañeros y mi presencia en varios incendios”. Sin embargo, iba en busca de nuevas experiencias, por lo cual se trasladó al Comando Especial número 2 de Mariel.

“Recuerdo mi primer encuentro con un incendio de gran magnitud, en un buque de combustible frente a la Termoeléctrica Máximo Gómez”. Su inquietud le llevó luego a dominar la actividad de rescate y salvamento en el destacamento provincial ubicado en Mariel.

“Presté servicios en todos los municipios, de modo que, con solo 15 años, me enfrenté a situaciones muy dolorosas como el traslado de personas fallecidas, algunas de mi misma edad. La primera vez me puse muy tenso, no quería acercarme a la víctima”.

El quehacer del adolescente motivó la invitación a pasar el curso para mandos intermedios en la Unidad de San Antonio de los Baños. Desde los 17 hasta la fecha, Ernesto Alejandro ha sido jefe de compañía en Mariel, localidad industrial de alto peligro de incendios.

Foto: El Artemiseño.

“Ese día también estaba de descanso; en cambio, llamé para saber los hechos y salí a las 10 de la noche dispuesto a llegar en cualquier cosa, mientras en casa mi mamá y mi abuela lloraban. En el lugar comprobé la complejidad del incendio y cumplí la orden de evitar la propagación hacia la unidad ocho. Laboramos durante toda la madrugada, hasta lograr nuestro objetivo”.

El destino y su responsabilidad le han apartado de otros desastres recientes: la explosión del Hotel Saratoga, donde enviaron la técnica de rescate y salvamento de la provincia; y la desgracia en la base de supertanqueros de Matanzas. Sin embargo, “siempre nos mantuvimos al tanto de la actuación de nuestros compañeros”.

Más reciente lamenta la pérdida de un colega artemiseño en un accidente, en el lugar conocido como Loma de Cañitas. Son tantos los riesgos, “que a diario se revisan los equipos de protección.

“La labor de un bombero resulta muy compleja: no solo apagamos incendios, debemos enfrentarnos a escapes de gas, de sustancias químicas, rescates de animales, servicios de emergencias, cortocircuitos…, lo cual exige el máximo entrenamiento.

“El miedo forma parte de la vida, pero no puede paralizarnos”, dice Ernesto Alejandro. Tal vez los bomberos sean de los profesionales con más herramientas para desafiar a la muerte, guiados por tres conceptos: honor, disciplina y valor.

(Tomado de El Artemiseño)

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