noviembre 22, 2024
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Universo de tinta

Por: Yeema Martínez Yee

Dayan Rodríguez Domínguez, 23 años, estudiante de artes plásticas, tatuador, historietista, hombre de islas ilusorias y poeta. Cree en la verdadera clandestinidad de la memoria, en la magia de una obra que atraviesa todos los obstáculos hasta tocar el punto máximo de la superficie artística.

Y es que sus tatuajes revelan un mundo interior cargado de sensaciones agolpadas, imágenes vívidas repartidas en la epidermis a toque de “pincel”.

Fox, como lo llamaban sus compañeros de aula, siempre tuvo la sensibilidad artística. Desde muy temprano calculaba metros de crayolas y colorines en cualquier superficie plana y sin vida. Sus impresiones primitivas de la locura que aún no descubría, lo llevaban a construir mundos de piedra, sin saber que la carga cromática era proporcional a una obra de arte no tan rupestre.

“Recuerdo que me encantaba dibujar todo lo que veía en la televisión, desde la réplica hasta la propia creación que existía en la mente de un niño de 3 años. En ese entonces las paredes se convirtieron en mi lienzo más costoso y con el paso del tiempo las hojas no bastaron. De ahí mi gusto por el muralismo”, dice con una sonrisa.

Fox

“La astucia y perspicacia del zorro siempre me caracterizaron, luego supe que era precisamente ese animal el que me representaba en la cultura maya y empecé a darle un valor más místico. Tiempo después decidí crear un cómic basado en el día a día de dos amigos inseparables en un ambiente real como el aula, pero retratados en forma de zoomorfos. El personaje principal era un zorro”.

Un tiempo lejos del arte

“A pesar de mi gusto por las artes plásticas, la presión de mi madre y en cierta medida la inmadurez llevó a que no siguiera mi destino, así que bloqueé el arte y me centré en el estudio solamente. En un momento complejo para mí tomé decisiones incorrectas que pronto tuvieron sus consecuencias. Lanzarme a estudiar medicina hizo de mí una persona corriente que vivía sin muchos sobresaltos y sin ningún tipo de pasión.

“Es algo contradictorio, pero la COVID-19 vino en mi rescate, la cuarentena me obligó a retomar la pintura y cuando vi que cada vez perfeccionaba mis trazos realmente me replanteé si seguir estudiando medicina o embarcarme en un viaje desconocido y sobre todo muy inestable”.

El tatuaje

“Siempre lo he considerado un arte bastante puro, el tatuador no puede equivocarse, no puede salirse de ese molde ni un milímetro, como sí lo puede hacer un pintor, pues existen muchas maneras de corregir el error. Marcar para toda la vida a alguien también tiene su carga emocional y de responsabilidad, y que muchos lleven mis diseños es uno de mis más grandes deseos. Pienso en cada tatuaje como si fuese mi propia piel.

“Sin embargo, los que más disfruto son los que le hago a mis amigos. Gracias a uno pude aprender el arte del tatuado y además hacerme de los materiales necesarios. El Pollo, como jocosamente lo llamo, perfeccionó mi estilo y me aportó confianza, que tanto necesitaba en ese momento.

“Me encanta pintar, pero realmente dentro de las artes visuales la que más disfruto es precisamente el tatuaje, aunque debo de tener un amplio conocimiento del resto de manifestaciones porque complementan lo que hago, como es el caso de la fotografía”.

Fox, pensativo, se ríe, habla de sus pasiones, de sus deseos de integrarse aún más en la comunidad de tatuadores de Holguín. Inhala una vez, dos veces, finalmente exhala creando una humareda alrededor de sí mismo.

Me cuenta que ya lleva 19 marcas en su piel, 19 agujas que colecciona con ternura, y aún faltan 32 para llegar a su número de la suerte. Anhela crear un universo de tinta.

(Tomado de Ahora)

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