noviembre 22, 2024
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Toros “piropeadores”

Por: Carol Cuellar Díaz

Como un toro mira fijamente la tela roja que se balancea al compás de unas caderas. Se acerca sigiloso y observa a su alrededor, con los músculos tensos y la confianza de quien ya lo ha hecho antes.

¡Mami, ¿qué rico te queda ese vestido rojo! -dijo el hombre de mediana edad a centímetros del oído de una mujer a quien, según su idiosincrasia, “piropeaba”.

No fue un verso de Benedetti, ni de Borges, ni de Buesa; su comentario se acercaba más al “Animal Tropical” de Pedro Juan Gutiérrez. ¿Quién garantiza que esa mujer no sintió miedo o asco? ¿Con qué derecho una persona vulnera de ese modo el espacio de otra?

El señor, para quien una actitud como la suya es normal por “tradicional”, probablemente enseñará a su hijo conductas similares, dado que, para él, que un niño finja sentir atracción sexual por una mujer es motivo de frases del tipo: “tan chiquito y ya es la candela”.

El acoso callejero en Cuba y la mayor parte de los países de Iberoamérica, tienen sus raíces como resultado de la ignorancia y la perpetuación de estereotipos en una sociedad que reproduce y ha normalizado este tipo de actos tras la cortina de la justificación falsamente cultural e identitaria; “El cubano es así”.

En el ámbito legal el acecho que sufren las mujeres en el espacio público es un tema que en el contexto cubano tiene los mismos baches que la mayoría de las calles de nuestra ciudad. La ausencia de leyes específicas contra esta forma de violencia dificulta la protección de las mujeres, evidenciando que, a pesar de ciertos avances las políticas de género continúan siendo maquilladas.

Un ejemplo claro sería: una mujer que es perseguida por un mismo individuo de camino a su casa, escuela, trabajo o cualquier otro espacio no puede presentar una denuncia por acoso, ya que el sistema judicial no tiene tipificado como delito punible a esta forma de violencia.

Los caminos hacia el cambio social que necesitamos no son tan sencillos como sentarse y establecer cuestionamientos hacia los que incurren en este tipo de prácticas. Un conjunto de leyes que respalden la seguridad de las mujeres en las calles son necesarias y deben ir acompañadas de programas educativos y de sensibilización. Lo que sí está claro es que la oratoria debe cambiar del esto está mal al “esto es lo que hay que hacer para detenerlo”.

Y aunque el largo de la falda no determina la cantidad de respeto que merecemos, muchas veces suele ser esa la excusa de los transgresores y de víctimas pasamos a culpables por la elección de prendas. “Imagínense ustedes, las mujeres decentes no visten así”, es como decir “Quien no quiera que le roben, que no tenga propiedades”.

Otro tema importante es que el debate de este tema se da entre académicos e intelectuales, ¿pero conocen todos que los mal llamados “piropos” son formas de violencia? ¿Han sido suficientes las campañas educacionales sobre el tema?

En ese sentido, aún queda trabajo por hacer. Es importante centrar la atención en las comunidades marginadas que probablemente nunca nadie les haya dicho que los comentarios sexualizados y la cosificación de la mujer son formas de violentarla.

El acoso puede ser el embrión de agresiones de mayor connotación, por lo que no debemos restarle relevancia al fenómeno. Las palabras escuchadas por las mujeres tienen un eco sonoro en sus vidas, que va desde la inseguridad constante, la evitación de lugares, cambios en su comportamiento y pérdida de confianza en sí mismas. ¿Son estos efectos de poca importancia?

Por tal razón y mientras esto no se resuelva seguirán existiendo “toros piropeadores”.

(Tomado de Cubahora)

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