Por: Guillermo Carmona Rodríguez
Me explica el Kpoper que el básico, el principio de todo en los skaters, es el holly. Colocas un pie en uno de los extremos de la patineta y el otro en el centro. Entonces “lijas”. Es decir, deslizas el pie desde el medio al otro extremo. La tabla se levanta, al descompensarse el equilibrio, y con un poco de impulso puedes saltar.
Quizá sea el primer truco, porque, cuando lo dominas, entiendes que la realidad no resulta tan aburrida para ser solo horizontal. Con la técnica para desafiar los contrapesos de la gravedad, una ciudad ras con ras con el suelo se trasforma en una gran rampa.
Goethe, el gran poeta alemán, escribió que la arquitectura era poesía detenida en el tiempo. Por tanto, las ciudades serían grandes poemas. Hay muchas maneras de conocer a una ciudad poema. No obstante, hasta donde se ha investigado, Goethe nunca fue un skater ni supo que hay un género de este deporte que se llama Street, donde la urbe se transforma en una gran rampa, y que para practicarlo debes aprender a realizar un holly sin destarrarte.
“Golpes te vas a dar como quiera. A veces hay que ponerse hielo y todo. Tampoco nos hemos tirado de una escalera de 20 o 30 escalones, máximo seis y con miedo. El Street no lleva ni casco ni rodillera ni nada de eso. A nosotros no nos queda más remedio que sumarnos a esta modalidad, porque no tenemos rampa para patinar”, advierte Irian.
Cada día surgen más skaters que intentan interpretar la arquitectura detenida de este soneto demasiado tropical que es Matanzas. Te sobrepasan en las aceras como si lo que transcurriera fuera de su tabla no les interesara en lo más mínimo. Un muro bajo, un contén, la entrada a un garaje con su respectiva pendiente, una loma de esas que casi no abundan por aquí, se transforman en un sitio para ensayar sus trucos y si te dedicas a observarlos –el flip, el holly– verás que tratan y tratan, se molestan con ellos mismos porque no lo logran, pero prueban otra vez y uno comprende un poquito mejor por qué la terquedad hace avanzar el mundo y no el amor.
“Es intentarlo e intentarlo, darte golpes y quemarte los pies, pero al final sacarlo”, asegura Pedro Urgellés Rustán.
La mayoría se reúne en el mismo sitio, en la calle Narváez, cerca de las inmediaciones del Puente de Tirry. Ahí me encuentro a Irian, Pedro y al Kpoper, algunos de los habituales. Me explican que aún es temprano y que la gente comienza a llegar más tarde, cuando baja el sol. Ellos son lo que esperarías de unos adolescentes, desgarbados, burlones, gente para la que la vida es como una estela cuando ruedas por el asfalto, todo lo que queda detrás.
“Lo mío con los skaters fue por embullo. Un colega que venía todos los días pa Narváez, una tarde me invita y me sugiere “asere, descárgale a esto, que está bueno”. La primera vez que puse un pie en una patineta me di tremenda matá. “Oye, esto no es lo mío”, le dije, pero él ahí y ahí y ahí. Ya por la noche sabía montar bien y no me caía tanto”, me cuenta Irian.
La historia de Pedro y del Kpoper, que en realidad se llama Alexandro pero un día una socia del piquete le soltó algo así como “cállate, kpoper” y ya se le quedó el apodo como chucho, resultan muy parecidas a la de Irián. A todos, un socio los arrastró al skate y estas son las santas horas que van rolling for the city.
Como están sentados bajo el puente a la caza de la sombra que en esos lares escasea a esa hora, tres y pico de la tarde, cada vez que un vehículo atraviesa la estructura metálica por encima de ellos, la realidad parece vibrar un poco. Entonces pienso que en verdad no se parapetan ahí para huirle al sol ni nada por el estilo, sino que las vibraciones les recuerdan a cuando montan y cada vez que sobrepasan alguna irregularidad en el asfalto hacen que la tabla tiemble. Ese lugar les recuerda a un viejo amigo.
Pedro es deportista, corredor de pista en 100, 200 y 400 metros en la categoría juvenil para discapacitados. Padece de debilidad visual. Me cuenta que tanto en su casa como su entrenador se toman a mal que patine.
“Debo tener los pies y las piernas en óptimas condiciones, y aquí me doy muchos golpes; pero igual yo monto, cuidándome, pero yo monto. En la casa incluso han llegado a quitarme la patineta, pero me rehúso a dejarlo. Es parte de mi vida ya”.
“Nosotros siempre le decimos que tenga cuidado en la calle y lo ayudamos”, interviene Irian. “A veces uno va caminando por ahí en la tabla y oye cómo la gente dice “se ve que no tienen nada mejor que hacer”. Creo que es preferible que uno esté con una patineta o, como le dice la gente por ahí, una carriola, que es algo sano y te ejercitas, antes que te tomes una botella de ron o algo por el estilo”, reflexiona. “La pura mía lo que sí se queja mucho es porque en el skate sí gastas zapatos como loco”.
El Kpoper me explica que, sobre todo cuando se lija, los zapatos sufren mucho. Es fricción pura contra la superficie porosa de la tabla. “Alguien que tú veas con zapatos nuevos no es skater”. Extrae de una mochila unos tenis azules para mostrarme de lo que habla. Están descascarados y las suelas agrietadas. “Baff, y eso que no traje mis Vans que están más hechos tierra que esos”, salta Irian.
Les pregunto cuántos más o menos son ya. Comienzan a citarme nombres, los de esos que deben llegar cuando el sol baje: Guillermo, Liam, el Gato, el Zoro, Camila… Como parte de una subcultura, casi todos comparten gustos e intereses más allá de la patineta, consumen series de anime y escuchan rock, menos Pedro, que le descarga a Jarulay y a Fixty Ordara.
Aseguran que se consideran una familia y que se `tiran el cabo´ los unos a los otros. Si a alguien no le sale un truco se le intenta ayudar y no compiten, la idea es que todos mejoren al mismo tiempo. Además, si uno de ellos consigue una patineta nueva, la anterior se la ceden a un principiante que no tenga. Eso último me conduce a mi próxima pregunta: ¿cuánto cuesta una tabla?
“Ufff, de 10 mil a 15 mil de uso, hasta 30 mil pesos cubanos una nueva”, me argumenta Irian.
“Esta…”, y me señala la suya, recostada a su lado en el muro, “…como dicen por ahí, fue una ganga. Un yuma por Varadero me dijo que tenía una patineta y quería venderla en 25 canadienses. Pensé que era una salvajá de dinero, pero cuando saqué el cambio, el canadiense estaba barato por esos días, y me salió como en dos mil. Al momento se la quité de las manos. Yo sé que, cuando se me rompa esta, me las voy a ver negras porque será difícil conseguir otra”.
“Mantener los skaters aquí es muy difícil, porque donde más cosas venden es en La Habana”, explica el Kpoper.
“Ahora yo voy a Bogotá para los Panamericanos juveniles de discapacitados y traeré lo que pueda”, comenta Pedro Jesús.
No solo adquirir el equipamiento para practicar skate se les complejiza, sino también encontrar lugares fijos donde hacerlo. En la ciudad no existe un sitio acondicionado para esta práctica deportiva, así que, normalmente, se hallan como gitanos en su propia ciudad o confinados al espacio del Parque de los Chivos o Narváez bajo el puente.
“Intentamos aprovechar lugares que más o menos tienen estructuras que se parezcan a rampas, como en el parque a la entrada de Versalles, pero nos han botado de casi todos lados, incluso de ahí. Hasta de Narváez nos han echado de vez en cuando. Nos dicen que estamos destruyendo los parques y nos sacan con mala forma, que eso a uno, ves, no le cuadra”.
Quizá no sea una mala idea acondicionar un lugar para que estos muchachos puedan practicar, en vez de hacerlos sentir como exiliados. Si se les creara el espacio adecuado y se impulsaran competencias de este ejercicio que en muchos lugares del mundo se concibe como un deporte y se apoya y potencia como tal, pudiera aprovecharse su voluntad e impulso juvenil. Lo vital, que es un público interesado y con ganas de jugarse el pellejo en un holly, ya está.
“Para nosotros los skaters ya son parte de nuestras vidas. Tenemos que salir a patinar día tras día, porque sí. No podemos quedarnos tranquilos en la casa, sin poner un pie en la patineta”, afirma el Kpoper y los otros lo secundan con un gesto.
Algunas semanas transcurrieron desde que entrevisté a los tres muchachos. A los días leo que Pedro sí participó en la Parapanamericanos de Bogotá 2023. Alcanzó la medalla de oro en los 100 metros planos en la categoría T12. Pienso en la alegría de los socios, los que viven Matanzas, al igual que él, como una rampa, y en que hay muchas vías para correrle delante a la vida, sea en patineta o en una pista.
Cada vez que cruzo el puente de Tirry me los encuentro a ellos tres, Pedro, Irian y el Kpoper y otros ahí, gasta que gasta zapatos, desafía que desafía la horizontalidad. A veces uno le quita la tabla a otro y le muestra cómo debe colocarse para que le funcione o, sencillamente, se la prestan a alguno que no tiene o ese día no la llevó para que practique; otros sentados, solo se dedican a contemplar el espectáculo.
En ocasiones se aburren de permanecer en el mismo sitio y como una bandada, salen juntos a recorrer el poema ciudad, a encaramarse en los versos, a saltarse las líricas, solo quieren sentir la street y patinar.
(Tomado de Girón)