Por: Sofía Miragaya
“Yo era un cacho amariconado que mi madre le dejó como castigo, decía. Por eso me daba duro, obligándome a pelear con otros niños… Del colegio lo mandaron llamar varias veces para que me viera un psicólogo, pero él se negaba. La profesora decía que un médico podía enronquecerme la voz, que sólo un médico podía afirmar esa caminada sobre huevos, esos pasitos fi-fí que hacen reír a los niños y le desordenaban la clase…”.
Estas son las palabras con las que describe el escritor chileno Pedro Lemebel la infancia de (1) La Loca del Frente, una mujer trans que vivía en el Santiago de Chile de la dictadura y escuchaba boleros con todo su afán de romántica. El cúmulo de películas y series en mi repertorio confirmaron aquella imagen de la mujer sobremaquillada que canta en un bar de mala muerte y ama a un hombre que no la corresponde.
Así transcurre en nuestro imaginario colectivo la juventud de las personas transexuales, puesto que las distancias de conocimientos, de experiencias, nos dejan con una sola cara de la moneda.
Toca entonces hacerla girar
Daniel Alejandro Díaz Ortega es un joven de 18 años que cursa la facultad de trabajadores para alcanzar el doce grado. Su vida privada no hubiera transcendido de su casa, su escuela y sus amistades, si no fuera porque su novia Kay compartió un video en el Facebook del Grupo Trans Masculinos de Cuba por el Día de la Visibilidad Trans.
“No somos una pareja de lesbianas, somos una pareja hetero, tan válida como el resto. Sé que a veces, él se siente apagado y sin baterías, porque esto de ser trans es vivir en modo legendario. Él siempre respira profundo, me toma la mano todos los días y elige vivir sin miedo…”, narra Kay entre fotos de ambos sonriendo y besándose.
Aunque Daniel empezó a identificarse como chico trans hace algunos años, en ese momento estaba con una pareja que no lo apoyaba. Intentó ser una chica cis. Confiesa que es horrible cambiar por una persona. Cuando se observaba en el espejo y este le devolvía una apariencia femenina, se sentía frustrado, algo no cuadraba.
Ya han pasado más de diez meses desde que Kay y él se conocieran en un café y ella le preguntara por qué pronombre debería llamarlo. Nunca nadie se había interesado en saber si Daniel se identificaba como “ella” o “él” y, aunque cree que su familia conocía la respuesta, no había hecho demasiado énfasis en ello. Pero ese día, del otro lado de la mesa, una muchacha lo invitaba a abrirse y se dijo: ¿si una desconocida puede respetar mi identidad, por qué mi familia no?
En casa, fue un proceso bastante largo de concientización. Ahora, finalmente, lo respetan y se rectifican entre ellos que deben decirle por su nombre masculino. Ya Daniel no pega carteles en su puerta, explicándoles qué es ser trans, cómo llamarle, cómo tratarlo.
“Al principio sí daba muchísima inseguridad, muchísima, porque no tenemos el valor de decir soy un “él” todo el tiempo. Cuando se equivocan no siempre estamos de ánimo, de autoestima para seguir corrigiendo.
“Empiezo a sacar cuentas de cuando era niño y siempre fui así. Las cosas que me gustaban eran cosas de chico, mi vestimenta favorita era camiseta y short, me sentía horrible cada vez que me hacían moñitos y falda… El pelo largo era una tortura para mí. Cuando yo experimenté lo que era cortarse el pelo, que lo hice sin autorización y yo mismo, con una tijera, ufff, me quité un peso de encima”.
Ahora el muchacho envía vía WhatsApp varias fotos del “antes y después”, orgulloso del cambio logrado mediante el ejercicio físico. En sus palabras pasó de ser una persona muy femenina, a un (2) tomboy y, luego, un hombre trans. Con su gorra, tatuajes y camiseta deportiva podría llevar lo que llama “la vida de un chico cis género cualquiera”.
“Pero soy consciente de que soy un hombre trans, de que mi anatomía es femenina. No por eso soy menos que un hombre cis género. Hay personas que no comprenden”.
Daniel combate el estereotipo de lo masculino, lo que debería tener para ser un hombre. Le molesta cuando las personas son indiscretas con sus senos y se fijan en ellos o cuando se sorprenden porque su voz es más aguda que la media.
Incluso, batalla dentro de la comunidad trans contra los que argumentan que el proceso de transformación no culmina hasta que se realice la operación de reasignación de sexo. En uno de los grupos de apoyo a los que perteneció lo discriminaron por estar la (3) faloplastia fuera de sus planes futuros. Daniel considera que, si se siente cómodo con sus genitales femeninos, no convendría someterse a cirugía solo por cumplir con un estándar.
“Solo quisiera operarme los pechos si se me diera la oportunidad. Descarté hormonarme por razones personales. Además, me siento super masculino así como me veo. Solo deseo vello facial y con tratamiento de minoxidil por uno o dos años se consigue el crecimiento de él y permanentemente”.
“Es cierto que a veces siento disforia por mis pechos, porque no siempre quiero usar (4) binder y con ciertas ropas se me notan. Ojalá todos los hombres trans pudiéramos acceder a ese tipo de servicios sin tantas trabas. El año pasado intenté acercarme a la operación de pechos, pero me dijeron que no había material quirúrgico, además, es en La Habana”.
En el Grupo Trans Masculinos de Cuba, Daniel finalmente encontró el apoyo que necesitaba. Cuenta que, desde el principio, entre los más de veinte hombres trans jóvenes que lo conforman, existió comprensión y disfrutaba el activismo y las charlas educativas.
En el chat del grupo se viven diversas realidades, algunas ciertamente violentas, pero otras que van de la mano del cambio positivo. Conversan de su día a día y sus preocupaciones. Se habla mucho de la imposibilidad de realizarse la operación de cambio de sexo sin pagar dinero “por la izquierda” y, además, tener que viajar a La Habana; de la disforia de género y de la escasez de hormonas masculinas en el país.
Pero también planean futuros encuentros, intercambian fotos y combaten juntos la inseguridad de quienes aún no se sienten conformes con su físico. Todo en un solo día. Hasta que se da el caso de un joven con problemas de vivienda, ya que su familia desea echarlo de la casa y, entre todos, intentan aconsejarlo: “no pueden hacerte eso”, “averigua bien, también tienes derecho sobre la casa”. Definitivamente, aunque solos no cambiarán el mundo, creen que vale la pena intentarlo.
Daniel podría pasar por un hombre cis, ya nos lo dijo. En su facultad visten ropa civil. Habló personalmente con los profesores y la directora, y lo llaman por su nombre al pasar la lista. De vez en cuando a alguien se le escapa un “no pareces trans” o “pensé que eras un hombre”. Esas frases lo sacan de quicio, como lo hace tener que explicarse a los otros todo el tiempo. “A mí no me gusta decir ‘pasen’”, deja escapar en la conversación.
El muchacho preferiría evadir esta entrevista, lo sé. Tiene 18 años y debería vivir su vida privada de forma privada. Estudiar, superarse, ir al gimnasio, tomar café por las tardes en familia, salir con los amigos, la novia, amar y ser amado sin dar explicaciones.
Pero aún no puede, porque sin visibilidad trans, ¿quién desaprenderá sus concepciones machistas?, ¿cuándo dejaremos de pensar la transexualidad como una sola?, y, sobre todo, ¿cómo haremos para que la palabra trans trascienda al personaje cinematográfico?, ¿cómo simplemente olvidarla al hablar rostro a rostro con otra persona?
Por ello Daniel mantiene abiertas sus puertas, aunque sea tímido y pregunte cien veces si se está expresando bien… Por fortuna, lo apoyan veinte hombres trans que luchan por ser vistos como lo que ya son, personas corrientes.
(1) La Loca del Frente: personaje de la novela Tengo miedo torero de Pedro Lemebel y de la película homónima de Rodrigo Sepúlveda.
(2) tomboy: mujer que adopta una apariencia física con rasgos tradicionalmente masculinos.
(3) faloplastia: construcción o reconstrucción del órgano sexual masculino.
(4) binder: ropa interior que se utiliza para disimular los senos.
(Tomado de Somos Jóvenes)