septiembre 20, 2024
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¡Rompe el ciclo!

Por Gabriela Orihuela

Amanda celebró los cinco meses de relación encerrada en el cuarto de la casa de su novio. Había quebrantado “las reglas” que él le impuso desde el día uno de noviazgo: no puede vestir con ropa corta o apretada. Ella siempre cumplió con tal mandato, pero, ese día, quiso sorprenderlo y ponerse una saya negra que le queda preciosa y sus amigas se la celebran mucho. No obstante, el resultado fue contrario al esperado. Su novio se enojó; gritó, golpeó las ventanas, la llamó “mujer de la calle, puta, ingrata, provocadora”, la encerró en la habitación y se marchó.

Tres horas después regresó “arrepentido”; imploró perdón, suplicó por su amor. Llevaba una rosa roja y dos bombones. Se arrodilló y ella lo perdonó. Amanda estaba segura que tal “incidente” no volvería a ocurrir.

Dos semanas después, estaría atrapada, nuevamente, entre esas cuatro paredes; esta vez porque acudió a su Facultad con un vestido y no con alguno de los dos pantalones que él autorizaba. Sin embargo, él volvió a traer flores rojas a la casa. La absolución también reapareció.

Amanda vive una relación violenta, en la que los códigos del afecto, el respeto y el diálogo se han perdido y el poder, la sumisión y la fuerza ganan a todo.

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Algunas personas que son parte de tal ciclo de violencia pueden, sin mucha dificultad, reconocer tres etapas cruciales; la psicóloga y profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, Isachy Peña Pino, explicó, en entrevista exclusiva para Alma Mater, peculiaridades de ese período.

“Hablamos de un ciclo que consta de tres fases; sin embargo, no siempre, ni todas las ocasiones se pasa necesariamente por todas. Lo que sí constituye un indicador importante es su ciclicidad y repetición que va aumentando no solo en frecuencia, sino también en la fuerza”. Más que un círculo, pareciese una espiral ascendente donde “cada vez que ocurre, es mayor la intensidad de la violencia”.

La psicóloga describió la primera fase como la acumulación de tensiones “en la que se ridiculiza, desvaloriza, humilla, controla y hay enojos frecuentes; también donde el victimario aleja a la víctima de su círculo de personas más cercano”.  En cambio, la segunda fase se caracteriza por la explosión de la violencia, “esto puede ser en varias formas que van desde la psicológica, simbólica, económica o sexual”.

Por último, la tercera etapa es conocida como la “la luna de miel” y es donde ocurre, precisamente, la reconciliación. La fase “está caracterizada por el arrepentimiento del agresor, a través de actos románticos: flores, regalos, promete cambios, se vuelve amable, pide perdón y minimiza la situación de violencia”, añadió Isachy Peña Pino.

Una pregunta asalta, ¿cómo podemos identificar este ciclo de violencia? La psicóloga comentó que resulta imprescindible “estar atentos/as a la aparición de ciertos signos o patrones conductuales que comienzan a evidenciarse en las personas involucradas. Presencia reiterada de manipulación, humillación, bromas denigrantes, control, discusiones frecuentes.

“Ya en la segunda etapa estos patrones se hacen más evidentes porque implican una mayor violencia emocional, verbal, incluso física. Si a todos estos episodios violentos, le sigue un período de disculpas, promesas y relativa calma en la relación, podemos decir que nos encontramos ante un ciclo de violencia”.

Asimismo, otras de las características comunes son: el aislamiento social de la persona en situación de violencia, “resultado de la manipulación y el control ejercido por su pareja abusiva”, los cambios en las rutinas diarias, como evitar lugares públicos o que antes frecuentaba, abandonar el trabajo y evadir situaciones o actividades por miedo a provocar la ira de la pareja.

También suelen apreciarse cambios en la personalidad, como volverse más introvertida, temerosa, ansiosa o depresiva; “las lesiones físicas, que suelen estar minimizadas por constantes explicaciones”, consiguen ser más visibles; “la víctima suele estar todo el tiempo en hipervigilancia, con miedo y ansiedad constantes”, asegura la especialista.

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Hay quienes le aseguraron a Amanda que salir de esa relación iba a ser muy fácil. “Solo tienes que recoger tus cosas e irte. Él no es un buen tipo”, le dijeron.

Isachy Peña Pino no está de acuerdo con tales argumentos. Romper el ciclo “es bastante complejo para la persona en situación de violencia, porque puede haber daños psicológicos que afectan notablemente la autoestima, la confianza y el proceso de toma de decisiones de la persona.

“La manipulación alcanza tal magnitud que llegan a pensar que su percepción de la realidad es incorrecta, dudan de sí mismos/as, se culpabilizan de todo lo que le sucede, sienten vergüenza y, poco a poco, van perdiendo la autoridad y descuidando su autocuidado.

“Especialmente en la segunda fase, la persona en situación de violencia siente pánico, le cuesta reaccionar o, sencillamente, no puede. El temor a represalias por parte del agresor suele ser otro de los obstáculos más significativo para acabar con la situación”, agregó.

A su vez, un gran desconcierto inunda a la persona en la última fase, “luna de miel”, “ya que vuelve a sentirse valorada, querida, siente algo de esperanza y todo ello refuerza sus ideas distorsionadas de que quizás: ‘no es para tanto’, ‘es normal’, ‘es solo una etapa’ o es ‘su culpa’. Además de que quien agrede minimiza la situación de violencia y fortalece su culpabilidad”.

Se convierten en indispensables, para poder desatarse de este ciclo, las redes de apoyo, en esos momentos, distantes.

La profesora de la Facultad de Psicología nos recordó que la dependencia no solo llega a ser emocional, “sino también económica, que suele estar presente de modo frecuente, puede hacer que la víctima se sienta atrapada y sin recursos para salir de la situación”.

Irse es complicado. ¿Será el enfrentamiento la mejor solución? “No, que la víctima confronte directamente al victimario puede ser arriesgado; la violencia puede intensificarse. Además, muchas personas victimarias niegan su comportamiento”, comentó Peña Pino.

El “enfrentamiento” solo sería posible con la intervención del personal profesional especializado. “Es válido aclarar que estas personas que comenten violencia probablemente fueron testigos o víctimas de abuso en sus primeras etapas de vida y es una huella psicológica importante que precisa ayuda para sanar. El tratamiento a los/as agresores/as debe incluir intervenciones que aborden las causas subyacentes de su comportamiento violento”.

¿No tiene final?

Aunque a Amanda y a muchas otras personas creen que están condenadas a vivir de esa forma, todo tiene un final. Comprender, en primera instancia, que se encuentran dentro de un ciclo de violencia es vital. “Es imprescindible que las personas conozcan de él, de sus fases y de lo que ocurre en cada una de ellas, no solo me refiero a las personas en situación de violencia, sino a todos y todas ya que esto permitirá ayudar a una persona que se encuentra en dicho escenario”, planteó Isachy Peña Pino.

Igualmente, la ayuda externa es necesaria. Familiares, amigos y amigas deben prestar apoyo o, simplemente, estar ahí y extender la mano. A veces, un gran consuelo es no saberse sola.

Sin embargo, la psicóloga aseguró que alejarse del victimario o la victimaria no supone encontrarse a salvo: “es importante que la persona pueda identificar lugares seguros y tener acceso a recursos de emergencia tras una reaparición del agresor. En esto son muy importantes las redes de apoyo”.

El proceso de sanación es único para cada individuo y, también, resulta complejo y desafiante. Toma tiempo.

Peña Pino expuso que debemos romper con los mitos que, en gran medida, sostienen y perpetúan este tipo de violencia y que, además, obstaculizan tanto la solicitud de ayuda por la víctima, como el acercamiento y apoyo de las personas cercanas.

“Algunos de estos mitos que son necesarios destruir son, por ejemplo: pensar que la violencia es solo física y, por tanto, se normalizan o minimizan otros tipos de violencias. De la misma manera, la creencia de que ‘la víctima provoca el abuso’ o que ‘el agresor no puede controlarse’. Creer que el amor o la paciencia logran cambiar a un agresor, puede llevar a la víctima a permanecer en una relación dañina con la esperanza de un cambio. 

“‘Entre marido y mujer nadie se debe meter’ o ‘ella sigue ahí porque le gusta’ son mitos que reflejan las percepciones erróneas y pueden contribuir a la falta de apoyo para las víctimas; hacen persistente al silencio e incomunican y culpabilizan a la víctima. Desafiar estos mitos y creencias resulta fundamental para reconocer que la violencia es inaceptable en cualquier tipo de relación y que la empatía y el apoyo a las víctimas es primordial”, concluyó.

(Tomado de Alma Mater)

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