Tal vez usted ya sepa por las redes que la actriz Ana de Armas recibió uno, como regalo, durante su tan comentada visita a La Habana. O quizás haya visto al actor Luis Alberto García presumir con orgullo a uno de los personajes de sus películas favoritas. Incluso, es posible que se haya leído el post del escritor y repentista Alexis Díaz-Pimienta elogiando cada detalle de aquella pieza de cerámica fría que tanto parecido guardaba con el modelo original. Lo que tal vez usted no sepa es que la joven que está detrás de esos funkos, figuras, muñecos, o como prefiera llamarles, se graduó de Comunicación Social en la Universidad de La Habana en 2019, tiene 27 años, vive en San José de las Lajas y nunca ha hecho un boceto de sus pequeñas obras de arte porque, sencillamente, no sabe dibujar.
Cuando a los 11 años hizo sus primeras “esculturasˮ de plastilina y recibió el reconocimiento de sus maestros y familiares, Hanny Valenciaga Díaz no podía imaginar que varios años y una pandemia después incursionaría en la cerámica fría, una manera bien original de emprendimiento que ya le ha valido un reconocimiento más allá de las fronteras nacionales.
Alma Mater conversó con Hanny y antes de preguntarle cómo y cuándo surgió la idea, decidimos indagar cuánto de la carrera universitaria que cursó está presente en esto que ahora hace y que tantas horas y sacrificio le ha demandado.
Si no hubiese estudiado Comunicación Social mi proyecto no fuera lo que hoy es. Siempre tuve claro que no es solo lo que tú haces, sino cómo lo comunicas. Te confieso que no soy todo lo organizada que debería ser, tal como exige una comunicación estratégica. Pero sí, la comunicación me ha ayudado muchísimo a priorizar el diálogo y la atención con mi público, a desarrollar una estrategia en redes sociales, a construir una buena imagen que es la base de lo que hoy es Made by Hanny. Primero, la comunicación, y después la habilidad. Para mí ha sido clave la manera en que me pensé y me pienso la marca. Cada texto, cada post. Me falta organización y sistematicidad, pero créeme que cuando me siento, me digo: “quiero contar estoˮ, y siempre lo hago en función del objetivo que quiero lograr.
—¿Cómo llegas a la cerámica fría?
—Mi único acercamiento a algo moldeable fue a la plastilina, con 11 años, en mi escuela primaria. Ahí hice el Dartagnan de Los Mosqueperros. Un tiempo después, en un espacio que abrieron para los artesanos en San José vi unos llaveritos de un material que, visualmente me parecía atractivo y se parecía a la plastilina. Pero todo quedó en la curiosidad. Durante la pandemia, como estaba por teletrabajo, salí de La Habana donde estaba haciendo mi servicio social y regresé a San José. Vi muchas cosas en Pinterest y le comenté a mi tía, la única de la familia que hacía manualidades, que estaba pensando en incursionar en la cerámica fría. Entré en Youtube e intenté hacer la masa… aquello quedó fatal.
“Empecé entonces a buscar mis propios insumos. Un litro y medio de acetato costaba 250 pesos, algo carísimo en aquel momento — y ahora cuestan 2100, 2500 — ; mi salario de adiestrada era de 300 y vivía alquilada en San Agustín, La Lisa. Hablé con mi papá y con un amigo suyo carpintero me hice de un pomito de acetato. Lo intenté muchísimas veces, pero la masa seguía quedando muy rara.
“A inicios de 2021 compré algunas herramientas plásticas que ni siquiera sabía bien para qué se usaban. Me regalaron pinturas. Vi muchos tutoriales en Internet y en febrero de ese año hice a Red, el personaje de Angry Birds. Medía apenas dos centímetros. Lo puse en mi estado de WhatsApp, con el objetivo de poder venderlo. Estaba en una situación económica complicada, heredada de muchísimos años y mi centro de trabajo, aunque conocí a personas que me aportaron muchísimo, no cumplía mis expectativas ni profesionales ni económicas.
“Aquel Birds nadie me lo compró. Entonces se me ocurrió hacer a Jake el perro, personaje principal de la serie Adventure Time. Yo ni siquiera había visto la serie, pero sabía que era bastante conocido. Lo postee y enseguida una muchacha me escribió, diciéndome que lo quería. Recuerdo que lo vendí en 60 pesos cubanos y me sentía en las nubes, nunca en mi vida había vendido nada, en ese momento llamé a mi mamá y a mi papá, estaba súper contenta.
“Las personas me empezaron a preguntar si hacía esto o aquello, y así fue como empecé a tomar pedidos, pocos, porque nadie me conocía. Fui mejorando la técnica y con el tiempo se incrementaron los pedidos, lo cual me sorprendía porque había personas en Cuba que ya hacían eso y eran más conocidas que yoˮ.
—¿Cuándo y por qué decides convertir ese talento en un emprendimiento?
—Aquí se conjugaron la necesidad de salir adelante económicamente y el deseo de hacer las paces con un sueño que tenía de niña: reencontrarme con ese momento que me hacía tan feliz y que era la creación.
“Siempre me gustó crear. En la carrera, a pesar de que la comunicación social lleva mucho de teoría, me gustaban las cosas más palpables: diseñar campañas, hacer soportes, productos, esa era mi parte favorita.
“Emprender implicó salirme del molde de mi familia en la que es tradición trabajar para el Estado. Algunas personas me subvaloraron: ‘¿Y tú vas a vivir de eso, de hacer muñequitos?’, me decían. Y eso, por supuesto, me hacía sentir mal. Quizás no al principio, porque los inicios son complicados, pero enseguida tuve el presentimiento de que todo iba a salir bien. Quizás nunca llegue a ser la mejor en esto, pero quiero esforzarme, por lo menos, intentarloˮ.
—¿Cuán difícil resulta emprender en Cuba hoy?
—Es muy difícil porque no contamos con proveedores de una materia primera de calidad. Todo el tiempo he tenido que lidiar con las subidas y bajadas de los precios: hoy compras una cosa y a la semana que viene ya no es igual. Tienes que estar pendiente del precio del dólar, del euro, del MLC y de la madre de los tomates.
“Tengo que comprar materiales que traen de otros países — porque aquí no hay — al precio que las personas quieran ponerles, y debo pagarlos en dólares o en MLC. No puedo ir a una tienda y comprar, por ejemplo, tres tanquetas de acetato o cuatro sacos de maicena.
“El tema de la capacitación también es complicado. Hay muchos cursos online en los que una quisiera participar, pero no puedo acceder desde Cuba. El crecimiento de los emprendedores cubanos en las redes sociales tiene que ser orgánico porque desde aquí tampoco puedes pagar promociones.
“Otra dificultad es el tema del almacenamiento. La casa donde yo vivo está llena de empaques, de acetatos, de maicena. Me veo obligada a comprar en grandes cantidades porque las cosas se pierden o, cuando aparecen, cuestan un precio mucho mayor al que tenían antes. No tengo manera segura para enviar mis productos ni siquiera a otras provincias del país. Si logro enviar algo al exterior, se me dificulta cobrarlo. Ahora mismo una amiga mía, que vive en Estados Unidos, es quien me almacena en su tarjeta los pagos que me hacen desde otros países. Todo eso encarece el producto.
“Con un público similar, y que yo haya identificado, creo que a lo sumo seremos diez las personas que hacemos cerámica fría, y realmente, de ellas, soy una de las que más caro vende sus piezas. Siempre he tratado de diferenciar mi trabajo del resto, en el empaquetado, en la realización, al hacerlo manual ninguno queda igual a otro y eso los hace únicos, aunque sean el mismo personajeˮ.
—Muchos emprendimientos para crecer y multiplicarse han incrementado el número de personas implicadas, en cambio, tenemos entendido que casi todo lo haces tú sola.
—En la creación de las piezas trabajo sola. Mi mamá me ayuda mucho preparando los colores y mi novio en el proceso de preparar la masa. Los empaques los hago con el taller A3+; ahora son más como yo los soñaba: una cajita un poco para llevar, para colgar, y son personalizadas.
—¿La foto de Ana de Armas mostrando tu peculiar regalo de cumpleaños, catapultó la cantidad de seguidores en tus redes sociales?
—Verdaderamente fue un regalo para mí. Yo tenía dos mil y pico de seguidores, y llegué a 5 mil de la noche a la mañana. La foto alcanzó los 7 mil likes en cuestión de horas. Me llovieron los pedidos. Y te confieso que no fue algo random. A mí ella siempre me encantó. Desde la secundaria veía El Internado, luego todas sus películas. Para mí es un orgullo que ella tenga algo mío.
—Además del funko que se llevó Ana de Armas, ¿cuáles son las piezas que más éxito han tenido en el público? ¿Cuál la más difícil?
—La de Ana tuvo mucha repercusión en las redes. También las dos que hice de Santiago Feliú, la interpretación de “La joven de la perlaˮ de Veermer, el Sombrerero de Alicia… Los pedidos que más se repiten son Coraline, Lolek y Bolek. Una de las más difíciles fue Shrek; me quedó muy verde y cuando terminé lo tuve que volver a hacer de nuevo.
—Para el cumpleaños de Alexis Díaz-Pimienta te saliste un poco del formato de tus entregas acostumbradas. Lo hiciste sentado, incorporaste una máquina de escribir, con papel y texto incluido.
—Yo estoy constantemente perfeccionando mi técnica porque la habilidad se desarrolla con la práctica. Creo que con el de Alexis Díaz-Pimienta logré algo importante que fue mi interpretación de un personaje como él, sin nadie que me estuviera presionando “yo quiero esto así, o de esta otra formaˮ. Me acerqué mucho a un estilo que me gusta.
“A mí me encantan los funkos, pero creo que llegará un momento en que no los haga nunca más. Quiero ser más original. Algunos se parecen más, otros menos. Pero en la medida en que pueda imprimirle mi originalidad, mi estilo, creo que será mucho mejor. Ese momento no ha llegado, pero sé que llegará y sé que será para bien. Para eso tendrán que llegar más pedidos como el de Alexis Díaz-Pimienta que me sacó de mi zona de confort y me encantó, a pesar de todo lo que pasó en el trayecto: la máquina de escribir la repetí dos veces, después de haber invertido seis horas en hacerla, tecla por tecla, pero sí, valió la pena.
“Yo quisiera que llegara un momento en el que no tuviera que hacer tantas cosas por encargo, sino, solo lo que a mí me guste hacer. Muchas personas piensan que me gusta hacer funkos, pero ese no es mi estilo favorito de trabajo. Lo que pasa con los funkos es que una va al seguro; invertiste tus productos, tus energías sabiendo que el resultado es el que las personas esperan porque tienen mayores referencias. Prefiero hacer piezas como la de Pimienta, que me encargó su esposa Lisset.
“También desearía que más personas conozcan el trabajo que hago desde Cuba. Seguir llegando a nuevos países, poder acceder a materias primas de mejor calidad y que no sean tan costosos, y seguir trabajando para tener un estilo más original, más mío, más Made By Hannyˮ.
—¿Algún proyecto en mente?
—Me gustaría lograr exponer en algún lugar, que las personas pudieran ir, ver, comprar. Una de mis grandes metas es hacer una colección entera dedicada a la cultura cubana; obviamente necesitaría financiamiento. Me gustaría hacer piezas específicas para algún evento, como un premio o algo así. Te imaginas que en el Festival de Cine Latinoamericano a los artistas les entregaran un Made by Hanny inspirado en sus personajes.
“No quiero vender más, sino vender mejor. No quiero tener a personas trabajando para mí, ni tampoco industrializar mi producto. Quiero hacer mejor lo que hagoˮ.
—¿Te has enamorado de algún encargo en particular del que al final obviamente has tenido que desprenderte?
—De muchos encargos, el de Alexis Díaz-Pimienta, por ejemplo. Cuando mi mamá lo vio, no me dijo nada, se me acercó y me dio un beso. Sentí que estaba muy orgullosa de mí.
“Realmente me he enamorado de muchos pedidos. Alice in Wonderland la he hecho dos veces en versión funko. El último sombrerero… sentado en un mueble. Tengo un amor muy especial por ‘La joven de la perla’, el ‘David’ de Miguel Ángel, la ‘Venus’ de Botticelli; por Coraline, por La novia cadáver de Tim Burton; por todo lo relacionado con Cuba y su cultura. Me encantaría hacer a Pablo, a Bola de Nieve, a Silvio, a Omara Portuondo, a Celia Cruz.
“Y te confieso algo, nunca he hecho ninguno para mí. Jamás. Todo lo que he hecho, lo he vendido; algunas cosas muy puntuales las he regalado. Para que tengas una idea, mis padres y mi novio no tienen nada mío. Este es mi trabajo, mi medio de vida; y es una política que aplico para toda mi gente cercana. Este proyecto es mi única fuente de ingresos.
—¿Nos develas tu rutina productiva?
—Preparo la masa usando la misma cantidad de acetato que de maicena. Luego aceite, vinagre, y la pongo un minuto en el micro. La reviso. La pongo por 10 segundos más hasta que quede como quiero. A partir de ahí hago los colores, primero los primarios y luego las mezclas. Busco fotos y videos que me sirvan de referencias para el personaje, sus detalles, los ojos, el pelo, es un paso inviolable. Hago varias cabezas, otro día hago los cabellos, dejo que se vuelvan a secar, y así, después con el vestuario, les agrego las manos y los pies. Por eso trato de ir haciendo dos o tres pedidos al mismo tiempo.
“Ahora trabajo en casa de la familia de mi novio. Tengo una mesita normal, nada especializado. Encima de un montón de libros puse dos lamparitas que dan directo al centro de la mesa. Las cabezas de los funkos se los compro a unos ancianos que se han hecho amigos míos. Compró los espejuelos y las bases de acrílicos en A3+, son súper profesionales y muy buenos. En una semana saco entre 5 o 6 pedidos, no los entrego hasta que no los reviso bien, y lo hago unas ‘cientocincuentamilquinientas’ veces.
“Si estoy trabajando en Coraline tarareo canciones de su banda sonora, lo mismo cuando hice a Shred. Al principio hacía llaveros, imanes, cosas bien pequeñitas, ya esas cosas no las hago. Atiendo a los clientes, hago las fotos, organizo todo para los empaques, ¡ah! y trabajo con un grupo para la mensajería.
“Termino con dolor de columna y me duelen muchísimo los pies; la vista sufre también. He llegado a estresarme y tuve problemas en los riñones. Descuidé mi alimentación. Subí de peso. Este trabajo me ha dado infinitas alegrías, pero también me ha traído sus percances.
“Cuando estoy muy estresada, hago un pedido que me guste y eso me levanta el ánimo. Soy propensa a empezar muchos proyectos al mismo tiempo y después no me organizo para darle el final. Me gusta hacer animados, y hacerlos en sus versiones originales. Me encantan hacer trajes, con corbatas, elegantes. También personajes desaliñados, sucios, despeinados…
—Antes de concluir me confiesa que no soporta que nadie la vea trabajando; le tiene pavor. De ahí que nunca se haya propuesto dar clases, o hacer tutoriales. En los minutos finales enfatiza en lo importante que ha sido para ella el apoyo de su mamá, y en especial el de su papá.
—Mi papá siempre confió en mi talento. Cuando él estaba de misión en Venezuela, se asombraba y se emocionaba con mis cosas de niña, de hecho, era quien me mandaba los paquetes de plastilina. Cuando venía de visita, le regalaba algo y él se lo llevaba para el viaje. Él decía que ese era mi arte, y siempre voy a atesorar que confió en mí cuando nadie más lo hacía. Mi mamá siempre me ha apoyado, pero él insistía para que siguiera ese camino. Ahora me comenta en las redes y comparte todo lo que hago con sus compañeros de trabajo. Es mi más fiel seguidor.
(Tomado de Alma Mater)