noviembre 22, 2024
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Las majaderías intelectuales de Iramís

Por: Guillermo Carmona Rodríguez

Iramís no se calla. Habla y habla. Escribe y escribe. Creo que la palabra es su sustento. No solo me refiero a ese con el cual el hombre se gana el pan y la cebolla, sino al vital; es como si al dejar de expresarse los silencios se le acumularan y lo envenenaran de a poco, como palabras-balas que se quedan en la carne y, lentamente, nos saturan de plomo.

Eso lo sé bien, porque lo conozco desde la Vocacional. Los manuales de periodismo aconsejan que los reporteros no deberían inmiscuirse en sus textos, pero creo que él me miraría de soslayo, por debajo de los espejuelos, si me restrinjo a la cuadratura de los manuales. Muchas veces, en algún banco o en medio de la formación en el pre, escuché cómo dudaba de todo —nunca de sí mismo— e intentaba encajar las diferentes piezas de este juego de legos que constituye un país encrucijada.

Cuando me enteré de que obtuvo un premio Calendario de la AHS en la categoría de ensayo, me alegré, porque lo considero un amigo. A la vez, me entusiasmó comprender que ese don suyo del diálogo y el soliloquio, que desarrolla con la certeza de que lo que no se nombra no pervive, había ofrecido otro de sus frutos ácidos; porque, al conocerlo, sé que no buscaba endulzar paladares, sino dejar uno de esos sabores de boca que recuerdan a las cenizas de la verdad.

La actualidad de la Revolución se titula el texto con que Iramís alcanzó el lauro. Consiste en una selección de diferentes escritos publicados en medios digitales. Se nombra así por el texto que abre el libro y que, según explica Rosique Cárdenas, de alguna manera también le abrió un espacio dentro del microcosmo de la intelectualidad joven cubana.

Este artículo en específico aborda todos los cambios acaecidos a partir del 2020, desde la sentada del 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura y la Tángana de Trillo como respuesta inmediata. Enarbola la certeza de que el movimiento político que perdura en la Isla desde 1959 desborda las instituciones y se transforma en un movimiento social e histórico.

“La premisa del libro está en pensar los derroteros de la Revolución, sus deberes y los peligros que la rodean. Ya por la década de los 60 Fidel aseguraba que resultaba más fácil morir por la Revolución que entenderla”, argumenta el autor.

“En un momento de tanta angustia e incertidumbre como el actual, resulta fundamental pensar la Revolución. ¿Qué es ella y qué la hace ser así? Uno puede tener mucho interés en defenderla, pero terminar perjudicándola, al no comprender qué es esto en lo que llevamos más de medio siglo enredados”.

Cuenta que Luis Emilio Aybart, un amigo suyo, lo convenció de reunir una serie de publicaciones aparecidas en espacios como La Jiribilla y la Tizza, para presentarla en el certamen. “El libro envejece de otra manera y llega a otro tipo de público. Permite volver, una y otra vez, a determinadas ideas. Los artículos web en un primer momento son relevantes, pero luego pasan al olvido”.

Normalmente se espera que cualquier tipo de volumen recopilatorio muestre una unidad o una coherencia entre sus diferentes partes. No puede ser un collage de ideas inconclusas o juntadas con Cola Loka, a lo loco, en el cual resalten las fisuras. Para evitar esto, Iramís —aún en su empeño de armar el juego de legos cuya forma final es una Isla— se apoya en sus inquietudes como revolucionario de estos tiempos “de la chancleta en redes sociales”, donde al parecer con un penique sí se puede comprar un pensamiento, y en una serie de referentes teóricos adquiridos en horas nalgas frente a mamotretos e investigaciones —nunca manuales—.

“Dentro de estos antecedentes, tengo dos tradiciones que caracterizan o deberían definir a los revolucionarios cubanos: el nacionalismo cubano con su figura central José Martí y el marxismo, y por tanto Marx, Engels, Gramsci. A la vez, sigo la variante donde ambos se juntan como sucede en la obra de Fernando Martínez Heredia, Aurelio Alonso o Jorge Luis Acanda”, comenta Iramís. 

Una nación no constituye un fenómeno natural, como un pedazo de tierra que una mañana emerge desde el fondo del mar y luego se puebla de mosquitos y matas de mango, sino que se construye de a poco, una balaustrada por allá, una escalera de caracol por aquí. Sin embargo, para que se sostenga, para que el primer viento del oeste no haga volar el techo de la casa o ponga a retumbar las paredes como un bafle de las discotecas de la tecnocolonización cultural, debemos cerciorarnos de asegurar los cimientos y a la vez crear soportes nuevos.

“Parte del castigo al que ha sido sometido el pueblo de Cuba es que no pueda pensarse. Es decir, que esté tan desesperado que no pueda pensarse o entender dónde está. No hablo de reflexionar sobre el socialismo, porque eso sería reducirlo mucho, pero sí la coyuntura de la nación, su momento histórico”, concluye Iramís. 

Él no se calla. Tampoco quiero que lo haga. Necesitamos personas así, que no se contenten en rumiar frente a la taza de café lo complejo de todo, pero que cuando le pregunten qué le da vueltas en la cabeza contesten “cosas suyas” y beban un sorbo para matar la conversación. Por eso, Iramís afirma: “Continuaré con esas majaderías del pensamiento y la escritura, que espero que luego se conviertan en libros”.  

(Tomado de Girón)

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