noviembre 22, 2024
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La literatura como salvación

Shabely Botello ha encontrado salvación en la literatura. En la creada por otros, en la que nace de sus propias entrañas. Tomar la decisión de enfrentarse al oficio creador no fue una decisión simple: llevó tiempo, paciencia, dedicación y un enorme salto al vacío. Desde entonces, Shabely Botello construye su voz sin temer al alcance de sus palabras. Espera que, con el susurro y el grito, el mundo se transforme.

¿Hasta qué punto una información vocacional puede encauzar la vida de un joven artista?

—Siempre estuve rodeada de arte, aunque no lo sabía. Desde la música hasta las artes visuales, mi infancia estuvo llena de influencias de las cuales yo no era consciente: las canciones de mi abuelo en el portal, las clases de baile a las que me llevaba mi abuela, los filmes que me mostraba mi papá, las historias que me contaba mi bisabuela o las incontables veces en las que mis padres me acercaron a la lectura. Pero, en algún punto, el arte abrazó mi vida y yo lo elegí como mi salvación. Recuerdo que solía escribir cartas a mis amigos y familiares y que, en la escuela, en las actividades de la mañana, escribía poemas y textos para las presentaciones de alguna fecha importante. Todo comenzó con el baile, luego llegó el canto y escondida, siempre, estuvo la escritura como una sombra.

Yo no sabía que podía ser escritora, sentí muchas veces que era una profesión para pocos escogidos, no por talento, sino por las oportunidades. No encontré información al respecto, nunca fue una opción para mí. Cuando crecemos, estamos todo el tiempo viendo a otros cumplir sus metas profesionales, aprendemos de nuestra familia, de otras familias, de nuestros amigos, de los maestros, de los vecinos. Sin embargo, cuando no vives en un ambiente donde existen artistas, es difícil sentir que es un camino. Hace poco tiempo descubrí que no era una meta inalcanzable y me tocó, en ese momento, enseñarle a mi familia —porque ellos tampoco sabían— que la escritura es un oficio del cual se puede vivir. Sería incorrecto decir que perdí el tiempo, aprendí mucho durante las primeras etapas de mi vida y fui capaz de acumular experiencias increíbles. Sin embargo, la preparación desde edades tempranas hace que las decisiones que vamos tomando estén dirigidas a la meta correcta para cada uno.

El covid marcó un parteaguas en tu vida, tanto desde el punto de vista profesional como humano. ¿Qué saldo te dejó esa época tan difícil para todos?

—De todas las preguntas esta es la más difícil. La más amarga. En plena pandemia decidí que iba a ser escritora. Me senté un día frente a mi novio y le confesé que eso era lo que quería hacer. Por primera vez en mi vida, después de mucho tiempo escondida, encontré la escritura. La encontré inocente y penosa, me empujaron hacia ella, me obligaron. Hasta que todos enfermamos. Hasta que pasó el primer año de pandemia y sentimos en carne propia la desesperación de la enfermedad. Lo que había sido un miedo se convirtió en una realidad y para mi desgracia, la inspiración de muchos de mis textos viene de ese dolor. Toda mi familia estuvo enferma a la vez. Gracias a los que estaban fuera del hospital, mi papá desde otro país, mis tíos, mis primos, mis amigos, mis maestros, mis compañeros escritores y mi pareja, logramos salir adelante. Todos menos uno. La muerte de mi abuelo me enfermó más que el covid. No volví a ser la misma persona después de ese momento.

Escribir, ¿un don, una disciplina, o la mezcla de ambas cosas?

—El talento es la magia que todos tenemos dentro. Algunos lo descubrimos a los quince años, otros a los ochenta, pero en algún punto nos damos cuenta de que existe algo que sabemos hacer de una manera diferente. Ahora, la pregunta interesante viene después de conocer este talento y es: ¿qué hago con esto? No existe grandeza sin práctica ni experiencia. Para poder escribir es necesario escribir. Así de simple y difícil como suena. El sacrificio está en tomar la decisión de continuar siendo lo que elegimos, aun cuando el futuro se vea borroso. La disciplina es clave para lograr esta voluntad y es la única vía auténtica que tenemos. Para el escritor no existe la suerte. Para el escritor existe la miopía, las horas fijando la vista, tecleando, leyendo, estudiando, escuchando y sintiendo.

¿Cómo defines tu literatura?

—Escribo desde lo más profundo y desgarrado de mi ser. Mis textos son cortos. Por lo general, uso un lenguaje directo. Desde la narrativa siempre intento dar imágenes exactas y guiar al lector hasta un punto donde debe elegir, por sus propios medios, qué es lo siguiente que debe pasar en la acción. Por otra parte, en el teatro creo desde la imagen cinematográfica. Siento gran influencia del teatro post dramático en algunos de mis textos y disfruto crear personajes que no se alejen de la realidad que vivo. Cuando creo, lo hago a través de mi entorno. Luego está la poesía, que es mi perdición. Me desbordo en ella, me transformo en ella, me vuelvo esclava de su ritmo y de su imagen. Trabajo con ideas profundas, sin filtros, con palabras que se pueden considerar duras, pero que cuando están acompañadas de versos limpios se convierten en balas disfrazadas de flores.

Shabely Botello. Foto: Tomada de Facebook.

Los géneros breves forman parte inseparable de tu escritura, ¿qué te ofrece la brevedad que una literatura de más largo aliento no te permite?

—Vivimos en un mundo apurado, desesperado, y eso se refleja en muchas de las acciones que realizamos todos los días. Sin embargo, hay sentimientos, etapas e instantes que, aun dentro de la rapidez del tiempo, se sienten como una eternidad. Eso intento mostrar con mi literatura: lo eterno que esconde un punto final, el sabor de un cuento breve que se queda dando vueltas en tu mente, no por lo largo que fue, sino por todo lo que desató en el lector a solo minutos de haberlo leído. Busco esa sensación que es tan humana que no se necesita mucho espacio para describirla, que no se necesita detalle para mostrarla.

Trabajas múltiples géneros literarios, tales como novela, cuento, poesía, crítica, periodismo cultural, teatro, literatura para jóvenes. ¿Crees que la variedad incorpora quehacer a tu vida literaria e impide la búsqueda de la perfección en un género determinado? ¿La ves como un hándicap o como una oportunidad de indagar en nuevas fronteras artísticas?

—¿Podrías imaginar que dentro de ti se esconde un gran dramaturgo y no lo sabes? ¿Cómo puedes conocer qué es lo que amas, si no lo has probado nunca, si no has experimentado lo que se siente crear una obra de teatro o un poema? Identificar aquello en lo que podemos trabajar consta de darle la oportunidad a la equivocación de aparecer. Probar varios géneros es necesario. Luego de un tiempo, si decides concentrarte en uno habrá sido por tu decisión propia, pero antes debes saber qué puedes dar y qué no. Tampoco se trata de abarcar todo a la vez, es más bien un camino, un experimento: algunos te darán resultado, otros se contarán como experiencias. El hándicap sería, por el contrario, desde el inicio solo trabajar en un género, sin permitirme la posibilidad de jugar, al menos, con la riqueza de otros caminos de la literatura.

En 2022 fuiste becaria de Can Serrat en Barcelona, ¿qué experiencias aporta, para un joven artista cubano, ser reconocido en una tierra allende a la propia?

—Es una oportunidad extraordinaria la de conocer otras culturas y nutrirse de ellas. En Can Serrat pude compartir con artistas muy talentosos que no solo aportaron a mi obra, sino que me mostraron sus procesos creativos y sus influencias, todo lo cual redireccionó mi punto de vista por completo. También fue impresionante el hecho de saber que pude, a través de mi escritura, mostrarme como artista cubana y entregar una parte de mí a cada persona que me acompañó en ese viaje. Es reconfortante encontrarse en un ambiente que te has ganado, con tu esfuerzo y con tu obra. Ese espacio se convierte en un impulso, en un escalón para la creación.

¿Cuáles son los principales desafíos del arte joven en Cuba?

—Regresaría a una de las primeras preguntas para responder esta cuando digo que es la falta de información y de caminos a elegir. El sentir que solo existe una manera, que solo a través de ciertas vías puedes llegar al arte, es un obstáculo para los jóvenes creadores. Debemos mostrar que es posible, que no existe una sola manera y que ser autodidacta es también válido. Crear más espacios de desarrollo, hablar más de la profesión desde el punto de vista de la autogestión y no juzgar a otros por no haber conocido a tiempo estas oportunidades.

¿Cómo transcurre tu proceso creativo?

—Escribir es un desafío. Vengo de una familia numerosa, por lo tanto, estoy acostumbrada al ruido, a las habitaciones llenas. Por esta razón escribo donde esté, como esté y en cualquier dispositivo. Puedo caminar por la calle y de repente perderme del grupo porque me quedé tecleando en mi celular alguna idea. Sin embargo, para crear el hábito de escribir sí construí mi propio rincón. Una mesa y una silla cómoda, una iluminación correcta y un poco de música. Suelo dar vueltas antes de escribir y cierro los ojos para concentrarme en el pensamiento. Una vez mis manos están en el teclado, el mundo se hace una imagen borrosa y solo existen las palabras y mis dedos.

¿Existen suficientes oportunidades de inserción y profesionalización para los artistas jóvenes en nuestro país? Desde tu perspectiva, ¿cuáles otras podrían sumarse?

—Existen, pero no desde una temprana edad. Creo que la creación literaria es la que menos se desarrolla en talleres, círculos sociales o escuelas. No deberíamos encerrar la oportunidad de escribir solo hasta que seamos adultos y podamos conocer sobre las carreras del ISA o el Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Para desgracia de muchos, esta tardanza hace que se llegue a la decisión de escribir en momentos que pueden ser inadecuados. Si existen otras vías, no las conozco, y este es otro obstáculo: siento que se debe dar más promoción a estas oportunidades y de esa manera romper con el mito de que ser escritor es inalcanzable.

¿Cuáles autores son tus referentes?

—En esta pregunta no puedo hablar solo de autores. Existe una influencia muy grande de la literatura latinoamericana en mí: desde la obra de Samanta Schweblin, que logra ahogarme con cada historia que cuenta, o la magia de Gabriel García Márquez, las metáforas de Dulce María Loynaz, Virgilio Piñeira y Fina García Marruz, el teatro desgarrador de Agniezka Hernandez, hasta la nostalgia de Osvaldo Doimeadiós y de la fortaleza de Taimí Diéguez Mallo. Busco mucho en la fotografía de Lisbet Goenaga, la poética de Anyel Diaz Goenaga y el lente de Jennifer Albín Betancourt, mujeres a las cuales considero amigas y también grandes fuentes de inspiración. No puedo dejar de mencionar el trabajo de la artista Erika Ivacson, el actor Arnaldo Galbán y el director de cine Fernando Muraca, a través de los cuales descubrí espacios donde el arte se transforma en espíritu. Libros como Las edades de Lulú, de Almudena Grandes, La novia de Sandro, de Camila Sosa Villada, Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, y Sacrificios humanos, de María Fernanda Ampuero.

A tu criterio, ¿qué de nuevo aporta la literatura joven cubana al panorama de la escritura canónica de nuestro país?

—Estamos conociendo una generación que cada vez tiene menos filtros, que no teme mostrarse vulnerable, real y diferente. Estamos frente a autores que reciben constantemente información y se interesan por experimentar con la escritura y llevarla hasta límites desconocidos. Artistas con menos pelos en la lengua y con muchas ansias de gritar lo que se esconde en sus almas (y en las de aquellos que no se atreven). La literatura joven se está formando desde el dolor de muchos cambios y pérdidas. Cada vez se siente más la fortaleza de una generación que no le teme a sus lágrimas.

¿Quién es Shabely Botello, más allá de la página en blanco?

—Creo que soy por etapas, como todos, de alguna manera. Hoy puedo describirme como una mujer con fantasmas y hojas en blanco. Un baúl lleno de recuerdos y abrazos. Una fotógrafa de lágrimas, de lágrimas de luz, a las cuales no temo.

(Tomado de la página de la AHS)

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