Por: Neilán Vera
Lo de filósofo se lo toma con bastante sentido del humor, y sus amigos todavía más. Cuando lo escuchas hablar sobre temas densos, abstractos, o se queda ensimismado, mirando cualquier mínimo detalle de un árbol, o una pared, sabes que en ese momento está a kilómetros de distancia, inventándose mundos posibles, alimentando conejos gordos en el enorme patio de su casa, en Chambas.
Desde chiquito es así, y ahora, con 22 años, mientras estudia Filosofía en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV), no parece tener ganas de cambiar.
La gente puede creer que tanto libro y tanta “pensadera” no llevan a nada, que hoy lo importante es conseguir dinero, y no andar por la vida filosofando sobre revoluciones y participación popular.
Sin embargo, Renier Garí Angulo contradice esa muerte de las utopías, decretada con ligereza desde los centros de poder global, y defiende su punto de vista con tanta pasión, con tanta fe, que termina por convencer a quienes lo rodean.
No piensa todo el día en las musarañas, aunque puede hablar durante horas sobre Lenin, Gramsci y Hegel, y en 2021 ganó el premio de la revista Temas, con un ensayo sobre la situación política de Cuba en los años de pandemia.
Se le dan igual de bien esas conversaciones “intelectuales”, como las otras, las menos trascendentes, en las que el marxismo se traduce al lenguaje cotidiano y a los problemas comunes de los jóvenes.
Es allí, en la charla más espontánea sobre el fútbol, Taylor Swift o el excesivo precio de un producto, donde la política se vuelve carne y nervio, y Renier explica ideas y conceptos con la claridad que solo puede brotar de una mente joven.
Su facilidad para interpretar las preocupaciones de las personas, mirarlas desde el prisma de la filosofía, y ofrecer soluciones prácticas, no ha sido ignorada por sus compañeros, allá en Santa Clara, quienes lo eligieron como presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) en la Facultad de Ciencias Sociales de la UCLV.
Un cargo que implica ciertas responsabilidades adicionales, reuniones, dolores de cabeza, pero que Renier asume con el entusiasmo de siempre.
¿Cuándo comienzas a interesarte por la Filosofía?
―En realidad, todo empezó con los libros de Historia. Me encanta leer, siempre he sido bastante polillón, y más de una vez cayeron en mis manos textos de temática histórica; algunos sobre Cuba, otros sobre el devenir de pueblos lejanos. Mi tía, quien me crió luego de la muerte de mi mamá, también contribuyó a mi afición por la lectura.
“En mi casa había libros del Che Guevara, de Lenin, y me acerqué a los autores marxistas, más por curiosidad histórica, que por otra cosa. En octavo o noveno grado, ‘descubrí’ el Manifiesto Comunista, de Carlos Marx y Federico Engels. Aquello me ayudó a entender ciertas realidades.
“Recuerdo que estaba viendo la serie española Aída, muy de moda en los adolescentes cubanos de entonces. Obviamente, entendía el chiste, el contexto de los personajes, pero jamás hubiera percibido el trasfondo clasista, las implicaciones, de algunas escenas.
“Y leer el Manifiesto Comunista me hizo comenzar a mirar Aída de otra forma, con sus matices y sesgos, con las problemáticas que subyacen detrás de personajes como Chema o Mauricio Colmenero.
“Claro, tampoco quiere decir que hojeé el Manifiesto Comunista y, de pronto, tuve una epifanía: ‘quiero ser revolucionario’. Supongo que se trata más de la crianza que de las lecturas. Mi abuelo, Carlos Manuel Angulo Ochoa, fue combatiente de la clandestinidad. Él, mi abuela y otros miembros de la familia apoyaron al Movimiento 26 de Julio durante la dictadura de Batista, y crecí escuchando sus historias.
“Además, en mi casa las conversaciones sobre política siempre han sido comunes. Nunca vemos como algo ajeno aquello que ocurre en la cuadra, en el municipio, en el país, en el mundo… Y eso ha formado en mi entorno familiar una noción de que los asuntos públicos también tienen que ver con nosotros, con nuestra vida cotidiana.
“Ya en el preuniversitario tenía claro que quería estudiar Filosofía. Estaba convencido, pero me dejé desanimar por los demás. ¿Para qué iba a estudiar eso, con lo dura que está la vida? ¿No era más lógico optar por una profesión ‘útil’? Y creo que sucumbí ante la presión social: pedí Derecho, hice los exámenes de ingreso, y aprobé.
“Como estábamos en plena pandemia, el secretario docente de mi escuela tardó meses en entregar las boletas en Ciego de Ávila, un tiempo que sirvió para arrepentirme de mi decisión.
“Un día fui a su casa a averiguar cómo podía cambiarme de carrera ―no sería tan difícil, pues en la provincia había más plazas que personas interesadas en Filosofía―. Ahí tuve una gratísima sorpresa: las boletas todavía estaban en su casa. Le acababan de aprobar el permiso para circular de un municipio a otro, y también el carro que lo trasladaría a la universidad con las boletas.
“Hoy me alegro de haber elegido esta carrera. La filosofía no consiste en contemplar la vida, verla pasar y tomar nota de ello en un abultado libraco.
“Lo que Marx defendía era la necesidad de transformar la realidad, los procesos sociales, las relaciones humanas. Y ahí está la cuestión: la filosofía puede cambiar el mundo, y cambiarlo para bien”.
¿Cómo alternas tu tarea como dirigente de la FEU con el estudio de tantos pensadores, conceptos y corrientes filosóficas?
―Yo creo que todo es cuestión de saber administrar el tiempo. Además, no es la primera vez que me toca una tarea de estas. En la Secundaria Básica asumí pequeños cargos de dirección en el colectivo pioneril.
“Luego, en el Instituto Preuniversitario Urbano Raúl Cervantes, del poblado de Chambas, fui electo por mis compañeros como vicepresidente de la Federación de Estudiantes de Enseñanza Media en mi escuela. Más tarde, me tocó dirigir esta organización de masas a nivel municipal, y participé en el XVIII Congreso Latinoamericano y Caribeño de Estudiantes.
Y luego la FEU…
―Cuando termino el servicio militar, me incorporo a la UCLV, y en ese primer año formo parte del secretario de la FEU de la Universidad y dirijo allí la esfera de Trabajo Político-Ideológico. Durante mi segundo curso, me ratifican en el cargo. Y ahora, en tercer año, me ha tocado la tarea de encabezar la FEU de mi facultad.
“Creo que estos años me han servido para comprender cuánto necesitamos cambiar dentro de la FEU, y me refiero a transformaciones profundas, dirigidas a incrementar el número y el peso de los mecanismos de control estudiantil, pues esta organización es —y debe seguir siendo― una herramienta para que los estudiantes hagan valer sus derechos e incidan en la vida cotidiana de la universidad.
“Desde su fundación, la FEU ha sido la levadura de la sociedad, y también un gran laboratorio, en el cual habita el espíritu futuro de la nación. Cuba, en gran medida, será lo que sus jóvenes quieran que sea”.
Fueron jóvenes los que hicieron nuestras revoluciones. Y serán jóvenes quienes impulsen las transformaciones necesarias en nuestro país.
”Pero, para ello, urge impulsar nuevos mecanismos de participación, y que quienes ocupen cargos decisorios, piensen en clave de transformar esos espacios. Por ejemplo, la renovación de la FEU va mucho más allá de organizar la asamblea de brigada en un río, con una caldosa. Lo importante es que se resuelvan los problemas debatidos, que los estudiantes vean en la organización una herramienta útil”.
No solo la FEU tiene esas deficiencias.
―Son situaciones bastante generalizadas.
“Las organizaciones de masas muchas veces se desgastan en procesos de menor relevancia ―cotización, papeleos, etc.―, pero dejan fuera otros realmente vitales.
“Quien lidere una organización de masas debe plantearse, antes de cualquier otra cuestión, cómo lograr que la membresía sienta que su organización le pertenece. Esa es, probablemente, la más importante de todas las preguntas, pues garantiza que estos actores de la sociedad civil, que agrupan a millones de cubanos, funcionen como poleas transmisoras entre el pueblo y las máximas instancias de la Revolución.
“Hoy resulta inaplazable reestructurar de verdad, sin tibiezas, los mecanismos de participación popular del país, y adaptarlos a una realidad que dista mucho de la que teníamos hace 10 años. Si Cuba ha cambiado, si el panorama económico del país presenta una diversidad mayor, resulta un sinsentido que las formas de participación ciudadana no se actualicen.
“De hecho, las interacciones entre los viejos mecanismos participativos y la propiedad privada pueden generar espacios en los cuales la clase obrera pierda poder día tras día. Tampoco podemos esperar a que el sector privado nos resuelva los problemas existenciales que tenemos como nación”.
¿Planes para el futuro?
―Quiero enseñar Filosofía: me gustaría dedicarme un tiempo a la docencia en la UCLV. Luego, quizá, volver a Chambas, y encontrar una forma de ser útil a los míos. Me encanta mi tierra, y me siento muy bien allí.
(Tomado de Invasor)