Comienza el combate de Rafael Alba. El cubano se mantiene firme en el centro y aunque casi puede saborear el bronce no se confía. Sereno, ecuánime… Termina el tiempo establecido. Nada pudo detener su tesón y enormes extremidades. El sueño se puede tocar: otra medalla olímpica de Rafael Alba, la segunda bajo los cinco aros.
A metros de distancia, detrás de cámara y delante de un micrófono, otro cubano festeja por partida doble: la de Alba es la primera presea olímpica que narra Camilo Pérez Pérez.
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El patio de una casa en Güines, Mayabeque, fue el cajón de bateo en el que un niño de apenas cinco años, junto a su abuelo, canalizaba una pasión desmedida por los deportes que nació intrínseca en él. 28 años después, Camilo no recuerda otro momento de mayor felicidad en su niñez que estar frente a un televisor ansioso durante una carrera de atletismo o disfrutando de un jonrón o un gol como si quien golpease la pelota hubiese sido él. Aún tiene vívidas en la mente imágenes de la actuación de Cuba en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996.
“El deporte me eligió. Viene un poco de familia; es una pasión que comparto con mi padre, mi abuelo y mi hermano, aunque a mí se me fue la mano, fue algo desmedido desde el inicio, un modo de vida, una prioridad”.
Aunque es difícil describirse, el comentarista se define como un cubano que ama —intensamente— a su familia, amigos y a su país. Lleva la honestidad, la sensibilidad y nobleza como estandartes. Vive feliz de estar donde está y hacer lo que hace. Sentir pasión por la profesión es un lujo y Camilo lo sabe, lo valora.
Todos los deportes ocupan un lugar prioritario y en ese afán de investigar y conocer, le es muy difícil elegir uno, aunque, bromea, “si me ponen la soga al cuello, el atletismo sería ese que tiene un plus por encima de los demás”.
A la hora de narrar, por la misma periodicidad con que lo ha hecho, se siente “más formado, pero con mucho por aprender” en el fútbol, pero cree que el deporte que más se le acomoda es el voleibol.
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Camilo Pérez Pérez se graduó en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García” y comenzó a trabajar en el Centro Nacional de Sanidad Agropecuaria. En el momento en el que se percató que no iba a sentirse realizado si no se dedicaba profesionalmente al deporte, dio un vuelco a su vida, y gracias a esa decisión el público cubano ha podido ser partícipe de su crecimiento en espacios como Gol 360, Zona Mixta, Red Deportiva, Pulso Deportivo, Swing Completo, Meridiano Deportivo y Al duro y sin guante.
Si bien durante toda su vida la acumulación de conocimientos fue autodidacta por el consumo de deportes a través de literatura, televisión, radio y eventos presenciales, una vez que optó por el camino de la comunicación cursó talleres de locución, narrador-comentarista deportivo y el Diplomado Internacional de Periodismo Deportivo.
Cada evento, cada experiencia, cada minuto tras un micrófono forma al narrador que no se contenta con lo que sabe y ha convertido al estudio y al consumo de deportes en hábitos diarios. Lo dijo antes, un modo de vida.
Sin experiencia previa, en el 2016 deshizo los nervios y narró un partido de voleibol de playa en los Juegos Olímpicos de Río. “Fue mi primera narración, no sentía que tenía el dominio. Hoy, aun cuando sé que me falta mucho, creo que soy un narrador que cumple de manera aceptable con el nivel que se debe tener en la televisión nacional”.
El sello que ha intentado conformar durante estos se ha forjado a partir de la empatía que intenta generar con el televidente, porque entiende y respeta la responsabilidad social que deviene al imponer un criterio.
“Trato de llegar, de ser flexible a la hora de decir lo que pienso, de retroalimentarme. La narración va de eso, emocionarse, vivir lo que uno está describiendo. Siempre me ha gustado mucho la integralidad, el conocimiento amplio y trato de no recaer en ese sentido. No solo decir, sino trasmitir”.
Si preguntas cómo afronta la polémica a la hora de emitir sus criterios, confiesa que es muy difícil en el contexto cubano dedicarse la profesión de narrador deportivo.
“Lleva una fortaleza psicológica adicional porque el cubano tiene una cultura deportiva amplia y es muy consumidor y conocedor de deportes. Además, somos la voz de un medio público desde la institucionalidad y, desgraciadamente, se le hace un poco de rechazo. Aunque mis experiencias son más positivas que negativas, tomo las críticas constructivas para crecer. Pero, hay muchas desmedidas, sin sentido, agresivas, ofensivas, dañinas.”
La televisión es su zona de confort, aunque disfruta de los espacios de conducción y presentación fuera de las cámaras.
Desde el Mundial de Fútbol de Catar 2022 su cara es asidua los domingos en la tarde en Tele Rebelde. “Pasión Mundial surge como un programa de cierre de cada jornada del mundial, que marcara la diferencia con la integración del arte y el deporte. A partir de ahí, se logró una forma de dialogar diferente a la hora de debatir, polemizar, en un ambiente mucho más extendido e informal dentro de la formalidad”.
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Camilo cree fehacientemente que la clave del éxito es una mezcla entre preparación, empatía, humildad, sentido común a la hora de comunicar, valentía y sinceridad. Está satisfecho con lo que ha logrado.
Ese niño amante de los deportes, el diplomático, el joven que entró en una cabina de narración en la búsqueda de eso que le apasionaba nunca imaginó llegar a la posición en la que está ahora, aunque la carrera apenas comienza. “Muchos factores se han unido al talento y a la capacidad; unos han dependido de mí, otros, de las personas que me acompañan en el camino”.
En el 2019 el narrador dijo en una entrevista que su sueño era estar en unos Juegos Olímpicos. Lo cumplió. Pero las personas soñadoras no se contentan, y está consciente de que vendrán muchos más desafíos, minutos en los que sus palabras calarán en esas personas que lo escuchen y emocionarán hasta la médula. Esa es la magia del deporte, magia que emerge de la voz de quien narra. Camilo es una persona soñadora y las personas soñadoras siempre tienen alas para volar.