Por: Reynaldo Zaldívar
Mis amigos Los Escritores tenían un apartamento muy cerca de donde se realizaba la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. Un moderno edificio, de cuyo balcón podía verse el gesto delicado del otoño caer sobre los autos estacionados en la calle. La opacidad de la tarde daba la impresión de que algo se rompía. Dentro se hablaba despacio sobre yerba mate, café, los mecanismos rotos de América Latina.
No recuerdo quien recitó el primer poema, dando paso a un efecto dominó de versos que habíamos aprendido de memoria en alguna edad mas fértil. Se me ocurrió decir algo que a mi entender es una de las dedicatorias más hermosa que se han escrito. Pero lo dije también con ese orgullo de quien tiene en sus afectos haber nacido en la misma tierra de su autor, con los ojos brillantes y la voz grave:
Hijo:
Espantado de todo, me refugio en ti.
Tengo fe en el mejoramiento humano,
en la vida futura,
en la utilidad de la virtud,
y en ti.
Si alguien te dice que estas páginas
se parecen a otras páginas,
diles que te amo demasiado
para profanarte así.
Mis amigos Los Escritores nunca entenderían la sorpresa que me llevé cuando, como si se tratara de una obra bien orquestada, cada uno de los presentes recitaban de memoria poemas de nuestro Apóstol Nacional. El hombre de Los Versos Sencillos era en esos momentos peruano, chileno, colombiano y argentino. Necesitaba una experiencia como esa para comprender la trascendencia histórica de un hombre que le había nacido al mundo en una islita apartada del Caribe. Martí crecía entonces y parecía un gigante.
Narrativa nacional
Mucho se ha politizado al maestro. Cada uno de los gobiernos que ha visto la isla, desde Tomás Estrada Palma, han usado su imagen en la validación de su causa. Esto ha llevado a que la espontaneidad verdadera a veces se vea como un mecanismo frío para lograr un objetivo. Otros, desde países vecinos, han usurpado su nombre para agredir el fundamento de la Revolución establecida en Cuba desde 1959. Sin embargo, “Hallar una verdad regocija como ver nacer un hijo” (OC, T22, p308). No solo en otras naciones se respeta y valora la obra martiana. En nuestro país resulta incuantificable la cantidad de bustos, estatuas e imágenes hechas para recordarlo. Escuelas, instituciones del estado, monumentos, viviendas, esquinas de pueblos remotos. Desde los más colosales hasta aquellos pintados de cal en lo hondo de una cooperativa azucarera. La narrativa nacional se ha caracterizado por inculcar una forma inequívoca de interpretar el pensamiento martiano. Lo afirmaba Gabriela Mistral: “América tiene que agradecer esta labor cubana de mantener vivo a Martí”.
Frente a un sitial sin busto, en Cauto Cristo, escuché a un campesino decir: en este lugar no falta Martí. En el terraplén que une el municipio de Rafael Freyre con Gibara hay un busto del Apóstol sin nariz al que nunca le faltan flores. Allí inmovible pone sus ojos como látigo sobre el terreno. Báguanos tiene, por esfuerzo popular, una estatua en la que puede verse el tamaño real del Maestro. En ese sitio se improvisaba cada semana un fogón de leña para hacer té de yerba buena y hablar sobre el futuro de la isla. Se hizo viral en las redes sociales la imagen que realizara el fotorreportero Yander Zamora del niño que, tras el paso del huracán Irma, rescataba de los escombros un Martí de plástico. Mi madre cuida una escuela y guarda celosamente, como a un hijo que no puede defenderse de los peligros que encierra la noche, el busto dentro del aula. Esto no solo habla del lugar que ocupa José Martí entre los cubanos. Nos emite un discurso indiscutible sobre los cimientos donde se ha forjado la identidad cultural de nuestra nación, que no solo es capaz de recitar de memoria sus escritos: parte de su idiosincrasia es creer que el Apóstol vive, de algún modo, entre las cosas que lo anuncian.
Granada de fragmentación
La guerra que emiten las grandes potencias contra la identidad de los pueblos es una constante que amenaza el equilibrio y la emancipación cultural. Si deseamos proteger los cimientos de la nuestra, hemos de revisar y actualizar los mecanismos que usamos para defenderla. Y es, sin dudas, el pensamiento martiano la piedra fundacional de toda nuestra fe: de lo que hemos logrado y de las proyecciones que pretendemos lograr como país.
Hace poco veía un meme donde aparecía la imagen del apóstol y sobre su cabeza una espoleta. Martí era una granada de fragmentación. La publicación decía: “hemos de hacerlo estallar con urgencia”. A 170 años de su natalicio, el impacto de su pensamiento es cada vez más necesario en la formación de las nuevas generaciones. Sin embargo, todo lo que se hace en este campo parece cada vez menos, como si a los jóvenes ya no les bastara las constantes citas y referencias a Martí que se ven en todas partes. Como si necesitáramos cambiar de estrategia, tirar del mecanismo y provocar una explosión.
Los días 1 y 2 de julio sesionó en La Habana el XLVII Seminario Juvenil de Estudios Martianos. Delegados de todas las provincias del país expusieron sus investigaciones y trabajos relacionados con el pensamiento del Apóstol. Niños, adolecentes, jóvenes de hasta 35 años de edad —el sector más amenazado en la guerra cultural— tiraban de la espoleta y mostraban la utilidad de su pensamiento en facetas y campos tan diversos como inusuales.
José Martí había sido elegido delegado del Partido Revolucionario Cubano, el 8 de abril de 1892. Con ello llevaba en sus hombros todo el peso de la patria. Los delegados al Seminario no estaban planificando una guerra para liberar a su país. Sin embargo, su responsabilidad como salvaguardas de la identidad de la nación es indiscutible. En una época donde se habla de tantas pérdidas, desarraigos, estos jóvenes pueden considerarse protectores de uno de los mayores tesoros ideológicos de la historia.
Esto ha de hacernos razonar que aún estamos a tiempo, que la casa no está vacía, que nuestras juventudes no han perdido el amor y el respeto por el ideólogo de nuestra esperanza. Esto ha de hacer que planifiquemos mejores estrategias para mantener ileso a Martí de toda la suciedad que le amenaza. Quienes dirigen los movimientos juveniles han de ser cada vez más martianos (no cada vez más políticos): si algo importa más que jóvenes hablando de mantener vivo a Martí, ha de cuestionarse la verdadera motivación.
Ayudemos a nuestras juventudes a enamorarse del Apóstol, a soñar un Martí de todos los siglos: uno con entradas en la frente, con dreadlocks, con nuestra bandera tatuada en las costillas. Un Martí que baile casino o anuncie su último ensayo en Twitter. Que se levante temprano a sacar los gallos al sol, preparar el plan de clases o repasar para economía política porque desaprobó en la primera convocatoria. Un Martí que levante la mano en la Asamblea de los CDR porque no está de acuerdo con lo que piensa la mayoría. Un Martí que enamora con versos dictados al oído, que no acepta la amistad de los que pretenden ver de otros su patria y sin embargo perdona a los que, habiendo pecado contra ella, lo han hecho sin abandonarla. (OC, T22, p117) Hemos de enseñar a nuestros jóvenes un Martí que nunca dejó de ser sustancialmente cubano sin importar el país donde estaba.
Mis amigos Los Escritores nunca entendieron mis ojos brillantes, la emoción de oírlos recitar de memoria los versos que había escrito nuestro Apóstol Nacional. Tampoco tenía yo deseos de explicarles. Había caído la tarde silenciosa y por el balcón podía verse, con las manos cruzadas a la espalda, una silueta de hombre con traje negro que parecía sonreír, de pie sobre las hojas amarillas.
(Tomado del Caimán Barbudo)