–Para, para, e indícame. Me dices cuando tú pares eso ahí.
La voz de mando del capitán Alain Rodríguez Vázquez se escucha con una serenidad que contrasta con la propia operación que dirige. Hay hombres en peligro poniéndole cara a las llamas, y dependen de las órdenes de Alain.
No se sienta porque los jefes de verdad no pueden doblar las rodillas mientras sus subordinados se baten con el fuego endemoniado. No hay descanso. Eso aprendió hace dieciocho años cuando sofocó su primer incendio. Este es distinto. El siniestro en la base de supertanqueros de Matanzas no tiene precedentes en la historia de Cuba.
Un fuego colérico ha arremetido con rabia contra el sueño de una ciudad y ha devorado cuatro tanques de combustible. Las llamas alcanzaron a bomberos que no pudieron salir y arrebataron de un tirón las esperanzas de familias enteras. El capitán Alain (36 años, jefe del Comando 16 de la Refinería Ñico López, de La Habana) estuvo allí desde el primer día, batiéndose como uno más. Dios lo agarre confesado si tiene que dirigir un incendio del otro lado de la línea de fuego.
Hay algo raro en Alain. En medio del caos nadie sabe cómo logra transmitir seguridad. Antes de que reventara el primer tanque y el mundo se nos viniera abajo, antes de que 15 bomberos quedaran atrapados en medio del fuego y la tragedia y el desespero de querer huir y no poder, antes de eso, minutos antes, a Alain se le escuchó decir: “Nosotros vamos a salir bien, calmados, no hay problema, dejen la bulla”. Después soltó una palabrota.
“El primer tanque se abrió delante de mí prácticamente. El carro en el que íbamos se quemó completo, dos de mis hombres sufrieron quemaduras, por suerte están vivos. Uno ya se recupera, pero el otro sigue grave en el hospital Ameijeiras”, dice y levanta las cejas.
“Cuando nos dimos cuenta de que se iba a fracturar el tanque, se dio la orden de evacuación. Nos retiramos del lugar hacia posiciones seguras”.
El Comando 16 de la Refinería Ñico López fue la primera avanzada de la capital que llegó a Matanzas, casi simultáneamente con dotaciones de Artemisa y Cienfuegos.
Ahora, en medio de la vorágine para arrancarle el fuego a Matanzas, Alain sostiene el walkie con su derecha y, en la izquierda, aguanta un tabaco apagado.
–¿Te relaja?
–Mucho. Por suerte llegó, al cuarto día.
Encargado del abastecimiento de agua por todos los flancos, Alain garantiza el suministro de manera ininterrumpida con una bomba ubicada en el muelle y otra motobomba venezolana.
Dice que en casi dos décadas como bombero, jamás había participado en un incendio como el de la base de supertanqueros. Estuvo en la explosión del Saratoga y en otros incendios de grandes proporciones. En ninguno el fuego ardió con tanta ira por más de 120 horas. “Aquí el peligro es mucho mayor”, sentencia con la seguridad de quien ha vivido el peor siniestro de este tipo en Cuba.
De fondo, se escucha la comunicación de dos hombres desde el walkie:
–315 a 42.
–Adelante.
–Mándame el autocisterna que tengas disponible ahí. Mándalo pa’ acá, que ya vimos otra ubicación más factible.
–Sí, correcto, correcto. El tritón no lo van a poder utilizar, el monitor que estábamos hablando. Lo están solicitando los responsables. ¿Me copió?
–No, no. Lo que estoy pidiendo es un autocisterna para sacar dos o tres líneas y evitar una propagación ahí.
–Sí, correcto. Ya aquí va el compañero de Villa Clara al frente de la técnica.
Entre el humo blanco que augura el control del fuego, Alain dice que “estamos en mejores condiciones”.
En otro momento, lo escuchamos comunicarse. Walkie a la derecha y tabaco en la zurda:
–316 a 321… 316 a 321…
No le responden. Parece molestarse. Entonces se vira, baja la voz y dice, pretendiendo que la prensa no lo escuche, casi en un susurro: “Manda cojones”.
Al irnos levanta la mano con el puro entre los dedos, y repite: “Aquí estamos”.
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