En la Escuela Rural “Rafael Morales González”, del municipio Los Palacios, en la provincia de Pinar del Río, la vida cotidiana se llena de voces infantiles y sueños compartidos.
Allí, entre pizarras y cuadernos, ejerce su vocación Yurisleidy Mesa Ulloa, una joven maestra de 27 abriles que lleva ocho años dedicados a la enseñanza y, con orgullo, se prepara para iniciar su maestría en Educación Primaria el próximo mes de enero. Su historia es la de una mujer que ha hecho de la docencia un acto de amor y resistencia.
“Ser maestra en Cuba es un honor”
¿Qué significa para usted ser maestra en Cuba y cómo ha marcado su vida personal y profesional?
—Ser maestra en Cuba es un honor, una responsabilidad inmensa. Cada padre deposita en mí la confianza de cuidar y enseñar a sus hijos. Es caminar con la frente en alto, sabiendo que soy parte de una tradición de entrega y amor que ha permanecido por generaciones.
En lo personal, me ha enseñado a ser más humana, paciente y solidaria. En lo profesional, me ha permitido crecer cada día, porque aprendo tanto de mis alumnos, como ellos de mí.
La escuela cubana no solo enseña contenidos, también forma corazones, y eso es lo que más me inspira.
¿Cuál ha sido el mayor reto que ha enfrentado en su trayectoria educativa y cómo lo superó?
—Trabajar con el multigrado. En mi aula conviven estudiantes de 4º, 5º y 6º grados, y eso exige preparación, sacrificio y mucha creatividad. Lo he superado gracias al empeño personal y al apoyo de colegas con experiencia. Hoy puedo decir que ese reto me hizo más fuerte y me enseñó a valorar la diversidad como una riqueza.
¿Podría compartir una experiencia que le haya recordado por qué eligió esta carrera?
—Desde la primaria sentí amor por la docencia. Admiraba a mi maestra Melitina Benítez, quien me dio cariño y formación. Recuerdo que en 4º grado recité una poesía en el Día del Educador y la directora me preguntó si quería ser maestra cuando creciera. Respondí con certeza que sí. Hoy, ese sueño es realidad, y detrás de él está el sacrificio de mi familia, especialmente de mi madre, a quien dedico mi título.
¿Qué valores considera esenciales transmitir a sus estudiantes en el contexto actual del país?
—Honestidad, solidaridad, responsabilidad, respeto y amor por la patria. Son valores que necesitamos recuperar y sembrar en los niños para que crezcan comprometidos con el bien común, la justicia y la esperanza. Ellos son el futuro de Cuba.
¿Cómo logra mantener viva la motivación y la creatividad en el aula?
—Poniéndole corazón. Busco ver el mundo desde los ojos de mis alumnos: jugamos, contamos historias, cantamos, dibujamos, vamos de excursión. Transformamos lo cotidiano en momentos especiales. Ellos son mi razón para seguir trabajando.
¿Qué papel cree que tienen los maestros cubanos en la formación de ciudadanos comprometidos?
—Somos sembradores de conciencia. No solo enseñamos a leer y escribir, sino también a pensar, sentir y actuar.
Cada clase es una oportunidad para formar seres humanos capaces de construir un futuro mejor, con principios éticos y humanistas.
En este Día del Maestro, ¿qué mensaje le gustaría dejar a sus colegas y a las nuevas generaciones?
—Que nunca dejen de creer. Aunque el camino sea duro, cada alumno que aprende es una victoria. Que sean maestros con el alma, porque no hay sensación más bella que escuchar a un niño llamarnos “maestro”. Las escuelas necesitan nuestro entusiasmo, creatividad y amor.
Cuando piensa en su vida como maestra, ¿qué imagen florece primero en su corazón?
—La primera vez que mis alumnos me llamaron “maestra”. En ese instante supe que no podía ser otra cosa en el mundo.
¿Qué palabra sembrada en sus alumnos siente que ha germinado más allá del aula?
—Amor. Les enseño que todo lo que hagan sea porque lo aman de verdad. Solo así podrán sentirse bien consigo mismos y con los demás.
¿En qué momento descubrió que enseñar era también un acto de amor y resistencia?
—El día que di mi primera clase. A pesar de las dificultades, mis alumnos estaban allí, con deseos de aprender. Entendí que enseñar es resistir al desánimo y a la indiferencia.
En este Día del Maestro, ¿qué mensaje quisiera dejar como legado?
—Que me recuerden como una maestra que ama profundamente su profesión, que nunca suelta la mano de sus alumnos y que cree en la escuela como uno de los más bellos actos de esperanza humana.
Y es que Yurisleidy alberga en sí la esencia de miles de maestros cubanos que, con amor y resistencia, sostienen cada día la esperanza de un país desde el aula.
Ellos son los guardianes silenciosos de la infancia, los que siembran palabras que florecen en futuro, los que transforman la escasez en creatividad y la rutina en ternura.
Cada gesto suyo —una sonrisa, una corrección paciente, una canción compartida— es un acto de fe en la vida.
Porque ser maestro en Cuba es más que enseñar: es abrazar la certeza de que, mientras haya un niño aprendiendo, habrá también un mañana posible.
(Tomado de Cubadebate)







