noviembre 22, 2024
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Macho, varón, masculino… tóxico

Por: José Alejandro Gómez Morales

No, no empleo la última palabra del título por sumarme a esa moda actual que usa las conjugaciones de “toxicidad” en canciones, memes y dinámicas interpersonales. Me interesa hablar exclusivamente del concepto de masculinidad tóxica, es decir, de muchas cosas a la vez bajo un mismo término.

En efecto, son numerosos los ejemplos habituales que hacen vigente este fenómeno, correspondientes a diversas facetas comúnmente impuestas al hombre. Por cierto, quizá “fenómeno” no sea la forma más adecuada de definir algo tan presente en el mundo desde hace tanto tiempo, y tan constante en el varón desde que nace, desde que inicia su vida como miembro del llamado sexo fuerte.

La masculinidad tóxica, por tanto, existe y se reproduce con asombrosa facilidad, sobre todo en familias y círculos que ignoran sus nocivas consecuencias. Basta con atribuir a un niño cierto rol dominante, violento o machista, e inculcárselo hasta comprobar que lo asume; el resultado futuro puede ser, para regocijo de sus (mal)formadores, un continuador a la altura del legado.

Muchas veces, no obstante, se transmite de forma algo más sutil que cuando acudimos al cliché del tipo duro. Por ejemplo, sucede al esperarse de un hombre que sepa practicar deportes y maniobrar con herramientas, si bien la intelectualidad puede ser lo suyo; o no tema a los truenos ni a coger ranas con la mano, aunque haya una fobia para cada caso; o responda con inmediata virilidad al contacto con cualquier chica guapa, como si el autocontrol y el respeto mermaran su hombría.

Expongo lo anterior por no hablar de lugares igual de comunes para la mujer, como las exigencias mayormente heteronormativas del entorno familiar y social, la presión convencional de formar una familia, los modelos de triunfo (económico, laboral, estético) a seguir y muchas otras imposiciones de género, las cuales calan respectivamente en ellos y en ellas.

Ya se dieron cuenta los analistas de que entre los años 1980 y 1990 divulgaron esta realidad: la masculinidad tóxica no es más que la consecuencia de un estereotipo, rígido y competitivo. Este, tristemente, roza a menudo con la misoginia, la homofobia, la violencia y la autodestrucción. A propósito de esto último, no expongo en estas líneas las tasas de suicidio masculinas, que saltan a la vista de quien investigue sobre el tema, por la alarmante diferencia que tienen con respecto a las femeninas.

También preocupa que gran parte de los hombres afectados por el estigma de su sexo sean, a su vez, encubridores de la presión que los aplasta. A muchos les resulta más sencillo acallar sus tribulaciones mediante el alcoholismo y la depresión, o disimularlas y promoverlas con su ejemplo, como cómplices de un demoledor proceso humano, incapaces de acoplar fuerzas y pedir la ayuda necesaria.

Una significativa cantidad de años nos ha llevado vivir en un mundo equipado con psicólogos y especialistas a los que acudir, lo mismo si eres cuestionado por tu físico o tu historial de conquistas sexuales, si el liderazgo viril que te adjudicaron te consume por dentro, si las personas a tu alrededor reaccionan con extrañeza y burla al verte asumir tareas domésticas, si una alarma de culpabilidad detona en tu cerebro cuando reprimes gestos y emociones instintivas, etc.

Me pregunto hasta qué punto es posible o no una rectificación del comportamiento en plena edad adulta, entre tanta gente acostumbrada a juzgarnos y a ser juzgada a través de ese prisma. Por otra parte, me alivia notar últimamente que abundan, tanto hembras como varones, más desprejuiciados al respecto en comparación con los que me tocaba conocer tiempo atrás en mis círculos sociales, y ello me depara mayor tranquilidad cuando pienso en el futuro generacional de tan negativas enseñanzas.

Desde mi punto de vista, no se es “menos hombre” por reconocer los fallos propios, incluyendo los micromachismos y demás tendencias subyacentes, o todo efecto del condicionamiento social en nuestra conducta. Aunque esta simple opinión, por diferir de lo que critica, pueda ser tomada como un signo de debilidad en detrimento de lo macho-varón-masculino… tóxico.

(Tomado de Girón)

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