Por: Lisandra Gómez Guerra
La madrugada ha parecido infinita y más oscura que de costumbre. Los mosquitos han hecho un concierto tan extenso como el mismísimo apagón. El calor, los ladridos de los perros y los murmullos de los vecinos han ahogado el silencio de las primeras horas del día. En cambio, Manuel Rendón Hernández las recibe con las botas puestas y la camisa de mangas largas con los puños cerrados.
“¡La vida del campo es dura! Me levanto y todavía no son las cinco de la mañana. Atiendo los animales que tengo en la casa y salgo con los trabajadores que laboran junto conmigo, que son de aquí mismo, del Sur del Jíbaro. Si no aprovechamos las mañanas, ya cuando el sol calienta por el mediodía es casi imposible mantenerse en el lote”.
Habla y se borran sus 27 años. Por sus manos han pasado unas cuántas cosechas arroceras y algunas generaciones de ganado. “Soy hijo de una familia netamente campesina, especializada en ganadería. Pero desde pequeño supe que lo mío era otra cosa. Por eso ahora me encuentras al frente del proyecto de autoconsumo para producir arroz en la Empresa Agroindustrial de Granos Sur del Jíbaro (EAIG), de La Sierpe”.
Manuel Rendón disfruta sumergir su mirada en las más de nueve caballerías que con un verde intenso delatan la buena salud del grano, que casi espiga. Conoce palmo a palmo ese pedazo de sabana, ubicada al sur de esta provincia.
“Cuando se comienza la campaña, a nivel de EAIG se buscan alternativas para contrarrestar la escasez del paquete tecnológico, las limitaciones con el agua por la intensa sequía, la ausencia de piezas de repuesto para las maquinarias… Por ejemplo, para evitar las plagas se utilizan productos biológicos elaborados en el laboratorio de Labiofam, o en el de nuestra empresa. Sabemos que no son tan eficaces como los productos químicos, pero logramos rendimientos a un nivel aceptable”.
Como la camisa y el pantalón de trabajo, a este joven se le ajustan a la medida dos frases: “de casta le viene lo de guajiro” y “una inversión en conocimiento paga el mejor interés”.
“Cuando terminé la secundaria básica tenía claro que quería el técnico medio en Agronomía. En mi municipio, La Sierpe, tenemos la posibilidad de estudiar la ingeniería en la modalidad de curso para trabajadores, así que terminé el politécnico, me fui para los lotes y matriculé la universidad.
“Siempre digo que podemos presumir que en el Sur del Jíbaro es donde vive la mayor cantidad de jóvenes comprometidos con la tierra. En diciembre pasado me gradué, junto a una treintena de hijos de campesinos que siguen la tradición, y ya sueño con hacer una maestría porque me quiero especializar en el tema del arroz.
“He estudiado otros temas. Por ejemplo, mi tesis fue sobre el cultivo de sorgo, maíz y soya. Nuestra empresa es un imperio porque se concentra en arroz, cultivos varios y ahora incursionamos en la cría de peces. De ahí que si sigues una sola línea te pierdes un poquito en las otras.
“Tampoco quiero dejar a un lado la ganadería porque ha sido y es el sostén de mi familia. Mi papá tiene una masa vacuna bastante estable, con casi 30 años de trabajo con buenos resultados”.
De su quehacer campo adentro comparte en su perfil de Facebook. Fotos y posts muestran momentos de su día a día, junto a los otros nueve trabajadores con quienes comparte codo a codo bajo el sol: “Hago publicaciones sobre cómo va el área, como una vía para estimularlos ante cada buen resultado”.
En su agenda llena de metas hay trazos relacionados con la organización juvenil que milita. Junto a otros jóvenes campesinos lidera acciones y procesos en su área de trabajo y localidad. “Hablamos mucho de que se nos escuche, y después de asistir al recién concluido 12mo. Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) tengo en eso tranquilidad absoluta y no me canso de compartirla.
“Igual dialogamos sobre la urgencia de realizar más y mejores acciones de atención a los trabajadores, sobre todo a los que ya no están activos. Nuestro comité de base, a cada rato se va a visitar a quienes prácticamente dieron sus vidas por la arrocera y hoy tienen escasez de recursos y pasan un poquito de necesidades. Hoy son ellos y mañana seremos nosotros. Y, por supuesto, insistimos en la motivación por la tierra y por seguir acompañando desde nuestro aporte al país”.
¿Cómo fue para el guajiro Manuel el salto desde el Sur del Jíbaro hasta el Palacio de Convenciones?
—¡Fuerte! A mi regreso fui a compartir la experiencia a varios sitios y siempre decía: necesito muchos meses para procesar tantas anécdotas. Lo primero que me impresionó fue ver a la máxima dirección del país, con una fuerza increíble para tratar de salir de los problemas. Eso es una motivación para no decir que la juventud se cansa.
“Resultó maravilloso compartir con otros jóvenes, diversos en profesiones y lugares de residencia, pero semejantes en pensamientos y compromiso, como el delegado camagüeyano que expresó que con él podían contar mientras su mente rindiera, aunque sus piernas y sus brazos no. Sinceramente, de ahí regresé siendo otro Manuel, uno mejor”.
¿Cómo te ves diez años después de esta conversación?
—A este guajiro le queda un tiempecito en el campo, porque le gusta. Aunque la vida da muchas vueltas y quizá toque asumir alguna tarea alejado de los lotes. Quiero seguir aprendiendo, y enseñar también, porque siempre he presumido de tener los mejores maestros en el tema del arroz, grandes especialistas, quienes me han dado la mano y me han ayudado a crecer, y me tocará algún día hacer lo mismo por otros.
(Tomado de Juventud Rebelde)