Por: Carmen Maturell Senon
A todas las personas se nos van cayendo trozos de ilusiones, sueños que dejamos de lado por considerarlos demasiado. Pasamos noches oscuras; despedidas para las cuales no estábamos preparados; vacíos; deseos de gritar y escapar de la soledad emocional. Todas las personas nos sentimos tristes en algún momento de nuestras vidas y es un estado anímico común. Sin embargo, estar deprimido es mucho más que una angustia pasajera: sientes que sobrevivir está por encima de las posibilidades; el cuerpo quiere yacer inmóvil, sin ánimos de hacer nada; quieres ser feliz, pero no encuentras cómo. Tener depresión es sentir que la vida te pasa como una ola que arremete contra la roca más grande.
Según la Organización Mundial de Salud (OMS), la depresión es la principal causa de discapacidad en todo el mundo. Se define como un trastorno de salud mental que se caracteriza por una tristeza persistente o irritabilidad; falta de interés en actividades que antes eran gratificantes; ansiedad; disminución de la capacidad para concentrarse; problemas de sueño, cambios en el apetito; y en el peor de los casos, puede conducir al suicidio.
A diferencia de la estigmatización social, la depresión no tiene cara. Las cifras demuestran que más del cuatro por ciento (4%) de la población mundial la padece; y las personas más propensas son las mujeres, jóvenes y ancianos — independientemente del color de piel, estatus social o religión. De hecho, algunos individuos pueden estar deprimidos y continuar con su rutina. Aparentemente se encuentran normales, pero en el fondo afrontan sentimientos de desesperanza.
Laritza Perez Rodriguez, psicóloga y feminista, añade que en ocasiones se utiliza de manera coloquial la palabra “depresión” para describir un estado de ánimo bajo, o la sensación de desánimo que pueden traer las decepciones y las pérdidas. “Este estado de ánimo tiende a durar días, en lugar de semanas o meses, y no va acompañado de fuertes sentimientos de inutilidad o autoodio. Además, es poco probable que aparezcan ideas suicidas. Por tal motivo, es recomendable llamar a estas fases tristeza o desmoralización”.
Para Claudia, la depresión se ha convertido en un impedimento. Siente que nada la satisface y se enojada con ella misma. Confiesa estar luchando con el trastorno desde los 11 años, mas, a esa edad no sabía lo que tenía. “Muchas veces he sentido que no puedo más, quisiera rendirme y dejarlo todo. Tener depresión no es fácil, es una guerra constante en donde me siento miserable y, aunque intente estar bien, mi mente me dice que nunca lo lograré”.
En la adolescencia — etapa de cambios y crecimiento para el ser humano — , la presión social, las variaciones hormonales y la búsqueda de la identidad pueden ser factores que produzcan un trastorno depresivo. Si bien cada persona experimenta esta enfermedad de forma distinta, la OMS señala que las causas más comunes están dadas por problemas biológicos, psicológicos y sociales.
Claudia tuvo dificultades para socializar. Le costaba acudir a la escuela y mantener relaciones sanas con sus compañeras y compañeros. Recuerda pasarse varios días llorando. Para ella dormir era un alivio. “Tuve problemas de ansiedad, cambios de humor bruscos; creé dependencia de mis amigos y en una recaída me autolesioné”.
Un episodio depresivo abarca la mayor parte del día durante, al menos, dos semanas, según la OMS. Las personas afectadas experimentan dificultades en su funcionamiento personal, familiar, social, educativo, ocupacional; y en otros ámbitos importantes. Estas pueden clasificarse en leves, moderadas o graves, en función del número y la intensidad de los síntomas, así como de las repercusiones en el funcionamiento.
Lamentablemente, aún se mantiene la idea de que la depresión pasará con el tiempo y se tilda a quienes la sufren de personas “perezosas” que para recuperarse no lo intentan “demasiado”; no se esmeran “lo suficiente”. Pero no es así: la depresión, como cualquier otra enfermedad, requiere de un tratamiento adecuado que incluye terapia, medicación, cambios en la dieta y actividad física.
El periodo de pandemia fue para Claudia el peor momento. Producto a los problemas familiares y la baja autoestima — provocada por los estereotipos de belleza y de género impuestos — buscó asistencia médica; porque sí: Claudia quería mejorar. “He perdido mucho tiempo estando triste y siento que se me acaba la vida. Por muy terrible que esté, jamás me quedo de manos cruzadas. Cuando vi que no podía más, pedí que me llevaran a las consultas”.
Laritza Perez Rodriguez alega que es fundamental que la familia de las/los adolescentes con depresión sean capaces de detectar las primeras señales de alerta, que se darán en forma de cambios comportamentales, y no los confundan con los que se gestan en dicha etapa vital. “Los familiares no deben esperar — ante la sospecha de un caso — que se solucione espontáneamente. Tienen que hacer todo lo posible para que la/el adolescente acuda a una consulta especializada”.
Alejandro, ha mejorado. Él mismo lo dice, y las personas que lo conocen se alegran al ver su progreso. Cuando su abuela falleció por Covid-19, se vio inmerso en un túnel sin salida. Declara que no quería comer, ni levantarse de la cama; fueron ocho meses pésimos en donde lo único que hacía era existir — sin querer hacerlo. La atención psicológica y la red de apoyo que encontró en sus amigos, lo ayudó en su proceso de duelo.
Para quienes enfrentan enfermedades de salud mental, el entorno sociofamiliar libra un papel crucial en el proceso de recuperación. Tanto los miembros de la familia como los amigos establecen un espacio seguro para que, aquellos que luchan contra la depresión, expresen sus emociones y pensamientos. Además, estas redes de apoyo ayudan a desarrollar estrategias de afrontamiento y habilidades de manejo del estrés.
En estos casos, se sugiere a los familiares y amistades que conforman dicha red que desempeñen funciones específicas, entre otras: escuchar con empatía y mostrando sensibilidad ante lo ocurrido; tomar un rol activo para combatir el aislamiento social; promover actividades físicas — preferiblemente al aire libre, en zonas verdes y sin ningún dispositivo tecnológico — ; y velar porque la/el adolescente duerma en las horas convenientes y mantenga higiene del sueño adecuada.
Sin dudas, el trastorno depresivo es una batalla que nadie debería de enfrentar en soledad. Es preciso reconocer los síntomas, buscar ayuda profesional y recordar que hay varias formas efectivas de tratarlos. Muchas veces, por el temor a ser juzgadas, las personas con depresión prefieren no contar su historia. Sin embargo, tener esta enfermedad jamás será sinónimo de fragilidad o falta de voluntad. Está bien descansar, darse un respiro. Fomentar una apropiada salud mental es favorable para nuestro comportamiento vital.
(Tomado de Revista Muchacha)