Por: Yaima Cabezas
Desde hace un tiempo me preocupa el comportamiento humano que muchas veces poco tiene de social, sobre todo en determinados contextos y a través de plataformas digitales. No sé si usted habrá notado aquí lo común de las reacciones maleducadas, descorteses, burlonas, autosuficientes, ofensivas, iracundas sin base, o con una demasiado parcial, o también con argumento, pero que de inmediato pierden el sentido cuando se expresan con esos modales imperativos.
Me refiero al modo de conducirnos en foros on line, en comentarios de publicaciones o post en redes sociales, a esa tendencia de tomarlo todo personal, de asumir cada criterio como una crítica destructiva y a defenderse con cañones, cuando en muchos casos no es así.
Lo que en este escenario sucede regularmente puedo compararlo con campos de batalla. Y me pregunto constantemente ¿qué necesidad tenemos de ser así? ¿No será más sencillo conducirnos con educación o, en el caso más extremo, dejar pasar lo que nos molesta porque al final la vida sigue igual? Ah, ¡no! Hacemos todo lo contrario, nos da roña y soltamos, lo arrojamos como si fuera una piedra pesada para quebrar al otro porque nuestra opinión es absoluta y, de repente, queremos educar a los demás, nos creemos omnisapientes, pero quedamos peor.
Como es un asunto que con la misma intensidad me interesa y me enerva —porque no lo entiendo— casi siempre opto por estudiarlo de manera pasiva. Ya quisiera aportar juicios de peso, pero hasta ahora solo evalúo el escenario para caracterizarlo, sopesarlo, y mi reacción sigue siendo la misma: abandonar todo espacio virtual donde no me siento cómoda.
En primer lugar, pensaba que ese actuar se debía a que las personas andaban irritadas porque cuando así estamos solemos dejamos llevar por las emociones del instante, y esto tampoco es pecado, es humano. No está bien, pero a veces el impulso nos hace formular malas respuestas. ¿A quién no le sucede?
En un segundo balance me convencí de que no se puede estar inestable todo el tiempo y que tal conducta agresiva o sin medida puede ser consecuencia de un fenómeno mayor que tiene que ver con la posibilidad que ofrece el anonimato en Internet, o con, al menos, no tener de frente en ese momento al sujeto con quien se interactúa.
Al principio también creía que quienes se mostraban intolerantes en las redes también lo eran fuera del ciberespacio, y puede ser así en muchos casos, pero no es generalizado. Conozco a buenas personas, bien portadas y medidas, y en la red me sorprenden. ¡Hay de todo!
Se me asemeja un poco al espectáculo de perros caseros y callejeros que teniendo de por medio una cerca muestran fiereza al contrario, como si quisieran comerse, acabar el uno con el otro; sin embargo, cuando un día la puerta está abierta y se encuentran de frente sin barrera mediante, ni ladran, solo se miran. ¡Así mismo me parece!
Pasa con mucha frecuencia que los comentarios se acaloran, suben de nivel con rapidez porque se pierde la compostura con facilidad. ¿Por qué estamos tan susceptibles y todo nos molesta? ¿De dónde viene tanta sensibilidad que nos hace creernos personal cada frase que leemos o escuchamos?
En la red podemos encontrar cualquier personalidad: gente como yo que solo mira y sigue, quien publica hasta alma mía, el narcisista, el académico… y el troll, el hater. Creo que a muchas personas les encanta la confrontación, llevar la contraria, polemizar, que eso les divierte y envalentona. No obstante, no se trata de reprimir la potestad que tenemos de poder decir lo que tenemos atorado o lo que a bien nos nace, sino de que en muchas oportunidades utilizamos una intención yoísta, categórica, despótica, y ofendemos, ponemos en duda la palabra del otro de una forma malsana.
Creo que está mal escudarse detrás de una pantalla y apoyarse en la falsa libertad de expresión para justificar ese amedrentamiento. Somos libres de decir lo que queramos, sí, pero no de minimizar y socavar al otro.
En ocasiones en la pretendida facultad que tenemos de expresarnos, escondemos el irrespeto, y vamos por la vida lastimando personas, creyendo que el único concepto válido es el propio, y que el ajeno es totalmente cuestionable. ¿Qué nos da derecho a traspasar esa barrera personal? ¿Por qué tenemos que participar con la intención de herir?
Creo y defiendo que debemos aceptar la diferencia de criterio. La verdad es relativa, y cuando tengamos certeza de un error, siempre habrá una forma adecuada de comunicarlo. No es necesario humillar, disminuir, hacer sentir mal al otro, y mucho menos debemos exigirle que piense de una manera determinada. También sería bueno aprender cuándo es mejor renunciar a una discusión que solo terminará en desgaste, no siempre vale la pena y elegir esa opción, es de sabios.
Además, pensemos también que el ejercicio de interpretación es muy complejo y a veces entendemos al revés por mucho contenido de español literatura que hayamos recibido desde cuarto grado, y hasta en nuestra cabeza le podemos tonos que quizás no fueron los que quisieron emplear, o también sucede lo contrario y la contraparte no se hizo explicar bien y fue peor el remedio que la enfermedad.
Todas esas son teorías válidas. Ni siquiera en tales casos, y muy por encima de ello, deberíamos ridiculizar a nuestros semejantes. No seamos rudos, hoscos sino positivos; cultivemos la empatía, trabajemos la tolerancia; aprendamos a dejar pasar lo que nos molesta si eso significa paz mental, a dialogar cuando sea necesario, no a confrontar. No olvidemos la capacidad que tenemos de intercambiar civilizadamente.
(Tomado de CubaSí)