noviembre 23, 2024
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Joel Herrera y la fortuna de no saber olvidar

El Premio David de Poesía, desde su primera convocatoria en 1967, ha tenido la fortuna de poner el foco en sensibilidades conmovedoras, letras sorprendentes que resignifican las pasiones más cotidianas. Gracias a ello conocimos de las primeras obras de Luis Rogelio Nogueras, Lina de Feria, Delfín Prats y Marilyn Bobes, así como de otros tantos creadores, en principio desconocidos, que han despuntado con una obra impresionante.

Esa ruta lírica llega hasta Las estancias del aire, un cuaderno de sensaciones y vivencias del santaclareño Joel Herrera Acosta (1989), vertidas a través de la poesía, que ha obtenido el más reciente galardón que entrega la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Es la constatación primera de que el camino de este joven escritor se transita a verso limpio y claro.

Fue en octubre de 2012, nos cuenta, que Joel accede por primera vez a un taller literario con la curiosidad de abordar una actividad que le apasionaba desde hacía tiempo: crear a través de las letras. A partir de ahí comienza su transitar creativo y dialogante con otras sensibilidades que influyen en su cosmovisión, hasta llegar a ser miembro de la Asociación Hermanos Saíz, organización de la que fue presidente electo de su filial en Villa Clara en 2015, hasta el nacimiento de su hija en 2017.

El sinuoso camino de la vida ha llevado a este creador fuera de su Villa Clara natal en más de una ocasión, en primera instancia a la ciudad de Colón (Matanzas) donde, cuenta, trabajó haciendo helados y como instructor de literatura. Actualmente reside en Chile, donde cursa una maestría en la Universidad de Concepción, actividad que ha compaginado como cocinero en un supermercado y labores en un parqueo de vehículos. No se le caen los anillos a este joven escritor que halla refugio en la poesía para contar sus anhelos, sueños, recuerdos y vivencias.

Las estancias del aire, comenta, parte de un suceso de su infancia. “Cuando tenía algo más de tres años la casa donde vivía en las afueras de Santa Clara, de tablas de palmas y tejas españolas, fue levantada en peso y dispuestas las paredes sobre una carreta cañera que las llevó hasta el Callejón de Cuéllar de Santo Domingo, frente a un cañaveral. Muchos años después en un avión, sobrevolando los Andes rumbo a Concepción, Chile, tuve la conciencia de que una vez más mi casa había sido arrancada”.

Con su obra, Joel Herrera nos habla de sentimientos que apelan a lo colectivo, a anhelos comunes de una generación que, ante todo, busca y no para de soñar. Llegó a Cuba, desde Chile, el pasado 30 de julio. Al día siguiente recibió el Premio David. “De algún modo me dio la bienvenida en este regreso a casa y eso para mí es la literatura: una casa donde habitar con personas que uno ama, estén vivos o muertos”, asegura el poeta y nos disponemos a recorrer esa casa que habita, en pensamiento y alma.

¿Cuáles son las inspiraciones o motivos que han rondado este cuaderno ganador del Premio David de Poesía 2023?

—La familia, y la casa familiar como extensión de esa misma naturaleza de lo propio, fue siempre el núcleo de sentido. El lugar, la pertenencia, el relato general en el que se inscribía mi relato personal. Recuerdo mucho los cuentos y las canciones de mis abuelas, las décimas de mi abuela Gelo, las guitarras y los versos de mis tíos abuelos. En una conversación con mi tío abuelo Juan, una tarde tranquila y terrosa de domingo, me dijo la historia de mi familia, los pueblos pequeños y olvidados de su memoria y yo quería quedarme en esas habitaciones de aire, irremediablemente perdidas.

“No sé olvidar: cuando amo algo lo estaré amando la vida entera. En uno de esos poemas breves que lleva el nombre de Santo Domingo, nombro algunos de los pueblos vaciados o muertos, porque me dije que si los entraba al poema era una forma de redención, pues las cosas que nombra la poesía ya no pueden morir.

“Los motivos de mis versos son los de siempre: la muerte, el amor, la soledad, la búsqueda de sentido, el miedo y la esperanza. Los poetas no somos personas distintas al resto, solo usamos el idioma como otros usan sus manos, o alguna herramienta, y hacemos poesía porque no podemos vivir sin hacer poesía, o podemos vivir, pero ya no seríamos nosotros mismos. Hay una sensibilidad, y se da el testimonio de esa experiencia sensible. La poesía es algo que sucede fuera del lenguaje, el idioma es limitado y lo poético es inconmensurable. Uno debe comunicar algo inefable y para ello tiene esos cubos de construcción que son las palabras”.

¿Cómo ha sido su camino en la creación poética hasta Las estancias del aire?

—Mi camino es la historia de una pasión. Cuando entré por primera vez a un taller literario sentí que entraba por fin al mundo. Fue el 13 de octubre de 2012, cumplí ese día 23 años, casualmente. En mi caso, primero llegó el uso del idioma, la forma de contar y cantar de los campos y los barrios humildes; luego cuando llegaron los libros ya era un poeta.

“Los talleres literarios son necesarios y ojalá no dejen de existir, pues se aprende mucho, casi siempre más de los amigos que de los maestros. Frank Abel Dopico, a quien dediqué el premio, Daniel Alemán, Idiel García, Sergio García Zamora, Adianys González Herrera, Ernesto Delgado, Reinier Pérez Ventura, todos me influyeron y aún me influyen mucho. En el caso de Ernestico y Reinier la comunicación ha sido intensa estos años, me identifico mucho con sus poéticas, tienen la capacidad de asustar con lo que escriben y si uno resiste ese susto inicial te da impulso para seguir porque lo que un amigo ha conquistado de belleza para sí lo habrá conquistado para ti también. Desde la pandemia la comunicación digital es omnipresente, dialogo mucho con amigos poetas: Antonio Herrada, Darién Peña y José Ernesto Novaez. Sus poéticas tienen menos que ver conmigo, pero creo que emprenden búsquedas honestas y eso lo respeto mucho”.

¿En qué medida asume la poesía como refugio, desahogo, pretexto?

—La poesía para mí es una pasión, creo que sería un error dedicarme a algo que no me apasione. La literatura es un subproducto de la vida, y en esa relación dialéctica la poesía le agrega contenido a la vida, le da hondura y relieve. Hay, según Roberto Manzano, una zona de luz central y una gran oscuridad circundante, con cada paso que damos en la creación se expande esa zona de luz. Eso intento hacer, es el sentido de mi poesía, que el espacio de luz sea cada vez más ancho, y que quepan todos en él.

Las estancias… tiene tres secciones: Puerta maldita, Estancias del aire y Narahupía. Como algo típico del grupo literario La estrella en germen, al que pertenezco, el lenguaje es tropológico, va de lo íntimo a lo general, hilando el discurso dentro de construcciones que mantienen su sentido siempre, aunque sea en algunos puntos la razón de la locura. Hay dolores de fondo como la muerte de mi abuela, de mi tío, de mis tres abuelos, la casa que nunca tuve, los amigos que se van, como yo, dejando los espacios poblados de fantasmas y el amor como un viento de vértigo del verano que lleva adentro la almendra de hielo. Por más raro que parezca no es un poemario del dolor, no es un desahogo, ni un refugio, o un pretexto para decir otras cosas. Yo doy un testimonio sensible de lo que es mi vida y la circunstancia que me ha tocado vivir, lo hago de la manera más poderosa y bella que he podido, no mimetizo la realidad, no uso formas más simples o directas, porque ya esas están en la cotidianidad y redundar es siempre un error, más aún en poesía.

“El poemario, pienso, se lee sin angustia. Quería crear un lugar donde encontrarme con todo lo que amo y eso es este libro, más que nada un lugar que el idioma fija y comunica para que otros puedan entrar en él. Ahí los espero como un amigo viejo”.

(Tomado de Juventud Rebelde)

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