noviembre 22, 2024
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Yankiel Vázquez, el príncipe mantuano

Por: Miguel Cabrera

Recuerdo que era una mañana del verano del 2011 cuando fui a los salones del Ballet Nacional de Cuba, situados en las calles 5ta. y E, en El Vedado, para ver la clase-audición que debían realizar los jóvenes bailarines que ese año egresarían de la Escuela Nacional de Ballet. Por una razón que no recuerdo llegué tarde y no pude entrar al salón, por lo que observé la clase desde la misma puerta de entrada, flanqueada por una barra de ejercicios. Rápidamente atrajo mi atención un joven bailarín, de pequeña estatura, pero con un cuerpo muy bien proporcionado. Tenía unas hermosas piernas, con un en dehors poco frecuente en los varones, y lo mostraba cuidadoso, tanto en los ejercicios de la barra como en los del centro. Hacía mucho tiempo que no veía llegar de la Escuela un alumno con tanta limpieza técnica y con una ejecución tan virtuosa en los giros, en los saltos y en las baterías. Cuando se terminó la clase, casi al mediodía, y como era costumbre mía, fui a la oficina de la dirección a saludar y conversar con Alicia. Con entusiasmo le hablé de la clase que había visto, con varones con visible potencial de talento, pero muy especialmente del jovencito que había acaparado mi atención. Ella, curiosa me preguntó por su nombre, pero no le pude responder, porque nunca antes lo había visto.

Al día siguiente pude saber quién era el muchacho, que no era otro que Yankiel Vázquez. Llamé a Alicia, que había ido a almorzar a su casa y se lo dije. Ella me hizo repetirle ese nombre varias veces, porque desde hacía tiempo en la compañía teníamos un bailarín, también pinareño, con un nombre parecido, pues se llamaba Yansiel Pujada. Alicia insistió en que le repitiera bien el nombre y pidió a una asistente que le trajera la famosa “carpeta de las mariposas”, donde ella guardaba papeles y documentos importantes. Yo estaba intrigado por qué ella me insistía tanto en el nombre hasta que me aclaró que ese joven bailarín había sido sacado de la lista de posibles integrantes de la compañía, por su baja estatura, según el criterio de algunos maîtres y profesores. Por suerte, Alicia con su clara visión de futuro, decidió que Yankiel no solo se convirtiera en un miembro del Ballet Nacional de Cuba (BNC), sino que asumiera, rápidamente, roles destacados, entre ellos en el ballet Acentos, del coreógrafo Eduardo Blanco, donde cinco bailarines deben mostrar el virtuosismo de la danza masculina cubana. Poco tiempo después nos llegó la impactante noticia de que Yankiel estaba enfermo, atacado por el horrible y casi mortífero Síndrome de Guillain Barré. Tuvo que someterse a un fuerte tratamiento hospitalario y guardar un largo reposo en el poblado de Mantua, donde había nacido y allí recibió el aliento de todos sus compañeros, deseándole una pronta recuperación.

Recuerdo que pude establecer comunicación con él y le hice llegar programas y materiales divulgativos sobre el Festival Internacional de Ballet que próximamente íbamos a celebrar, en el que él, lamentablemente no podría participar. Casi milagrosamente, por el eficaz tratamiento médico que recibió y su disciplinada conducta, pudo volver a los escenarios en plena capacidad física y mental, sin perder ninguno de los extraordinarios atributos físicos que lo habían distinguido. Poco a poco logró ascender a niveles artísticos superiores y en el 2015 fue nombrado Bailarín Solista y en el 2022 al rango mayor de Primer Bailarín. Con ese status ha cosechado éxitos durante las giras que ha efectuado con el BNC por México, Canadá, España, Italia, Francia, Estados Unidos, Omán, Panamá, Puerto Rico, República Popular China, Costa Rica y en Colombia, donde el pasado año fue artista invitado del Festival Internacional de Ballet de Cali.

Como puro danseur noble ha obtenido grandes éxitos en obras de la gran tradición clásica como La fille mal Gardeé, Coppelia, Cascanueces, Don Quijote y El lago de los cisnes, en las versiones de Alicia Alonso, pero también ha sido un bailarín de gran ductilidad estilística, capaz de enfrentar y vencer los retos de la coreografía contemporánea, en obras como Concerto DSCH, del ruso Alexei Ratmanski; Séptima Sinfonía, del alemán Uwe Scholz; La muerte del cisne, del francés Michel Descombey; Celeste, de la belga-colombiana Anabel López Ochoa; Love, fear, loss, del brasileño Ricardo Amarante; Ballet 101, del francés Erick Gauthier; Muto y Muñecos, de Alberto Méndez y Acentos, del también cubano Eduardo Blanco.

Aún sudoroso por los ensayos de La Cenicienta, del cubano-francés Pedro Consuegra, que habrá de interpretar junto a la talentosa María Luisa Márquez, en el jubileo por el 75 aniversario del BNC, conversamos con él para los lectores de La Jiribilla:

Provienes de Mantua, un lugar que tanto ha aportado al ballet cubano, especialmente a su danza masculina. ¿Influyó esa herencia en la vinculación tuya con el ballet?

―Claro que sí, y mucho. Los vecinos le hablaron a mi padre para que me inscribiera en las clases de ballet y así lo hizo. Además, a mí me gustaba y también pensaba que era una posibilidad de tener un mejor futuro. Yo comencé en el taller de la maestra Elida Jústiz, una experimentada pedagoga, famosa por descubrir a los talentos mantuanos, que impartía las clases en su casa, muy cercana a la mía, cuyas barras de entrenamiento estaban en su portal. Ella me hizo las pruebas y viajé a Pinar del Río, donde vencí los exámenes e ingresé en la Escuela Vocacional de Arte. Se abrió para mí un mundo nuevo, porque estaba lejos de mi familia, tenía una disciplina que enfrentar y yo tenía, solamente, 9 años de edad. Pero maestros como Elsis Martínez y Berto Borges me ayudaron a pasar esa experiencia, que duró 5 años. Un joven maestro pinareño, Odel Camps, fue quien me llevó a La Habana, al exigente Pase de nivel, después de haber vencido el Nivel Elemental.

¿Qué nuevas experiencias te aportó ingresar en la Escuela Nacional de Ballet, donde cursaste los tres años del Nivel Medio?

―Fue duro para mí estar lejos de la familia y becado. Estaba en desventaja con los alumnos habaneros que habían podido ver siempre los espectáculos de ballet en los teatros, cosa que no pasaba ni en Mantua, ni en Pinar del Río, pero fui un “guajirito” muy tímido, que fue aprendiendo, dejando atrás mi tradicional timidez. Fui dichoso al tener profesoras y ensayadoras tan valiosas como Mirtha Hermida, Martha Iris Fernández y Elena Cangas, aunque mi profesora de técnica durante los tres años fue Yuneisy Rodríguez. Fue una etapa de crecimiento en todos los aspectos, que me permitió enriquecer mi formación y obtener lauros importantes como la Medalla de Plata en el primer año (2009), la de Oro en el segundo (2010) y nuevamente Plata, en la modalidad de Variaciones, en el tercer año (2011), todos en los Concursos de los Encuentros Internacionales de Academias para la Enseñanza de Ballet.

¿Qué ha significado para ti ser miembro del BNC?

―En primer lugar, un sueño, porque es una compañía célebre en el mundo entero, que ha dado muy buenos bailarines. Nunca he sentido como limitación mi estatura y he luchado por vencer los retos con mucho trabajo y disciplina. Bailar todo lo que me programaran y tratar de hacerlo lo mejor posible.

En un recuento histórico tú y Vladimir Álvarez, en el 1997, han sido los únicos bailarines de pequeña estatura que han logrado alcanzar la máxima categoría artística dentro de la compañía ¿Qué piensas de ese reto que has vencido?

―Nunca pensé en mi estatura como una limitación y he creído siempre que el trabajo es el camino, por eso bailo con igual entrega lo mismo las obras del gran repertorio tradicional que las creaciones de los coreógrafos contemporáneos, cuyos desafíos técnicos, expresivos y estilísticos me obligan a aprender nuevas líneas de trabajo. Con esa certeza encaro el futuro.

Un futuro donde podemos afirmar con certeza, le aguardan nuevos triunfos, como el excepcional exponente de la Escuela Cubana de Ballet que es.

(Tomado de La Jiribilla)

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