Por: Gabriela Orihuela
La niña Dayana Paula Acosta Hechevarría se emocionaba al ver colores, formas, sonidos, felicidad, moviéndose sobre el escenario. Miraba atónita cada gesto que pretende transmitir sentimientos y, a la par, contar una historia. “Seguramente, no ha de ser fácilˮ, pensaba.
La niña Dayana tenía toda la razón: no es sencillo. El espectáculo se reduce a la esencia más hermosa de la danza, del ballet. Las sonrisas y los pasos meticulosamente cronometrados que se muestran esconden las horas, los días, los meses, los años de práctica, de entrenamiento, de constantes luchas y sacrificios; esconden, también, las peleas internas por querer superarse cada vez más.
Pero la niña Dayana, enamorada de los giros, los saltos, las voces, la melodía, dejó a un lado las inseguridades e hizo todo lo que pudo para ser ella, un día, la que brillara sobre los escenarios.
“Desde que pequeña he bailado y me ha encantado. Mi mamá se dio cuenta y me apuntó en una compañía de aficionados. Ahí estuve hasta que más o menos los 7 años de edad e hice las pruebas para la Academia Provincial de Gimnasia. Después de varios años allí, hice las pruebas para entrar a la Escuela Provincial de Danza, conocida como «Ly19». Esa experiencia fue muy divertida y me gustó mucho. Entré y estuve los siguientes cinco años.
“Luego llegó el pase de nivel, las pruebas para entrar a la Escuela Nacional de Arte (ENA) Actualmente, curso, allí, mi segundo añoˮ, contó en entrevista exclusiva para la revista Muchacha.
Dayana es ya una adolescente y, a sus 16 años, obtuvo segundo lugar en el III Concurso Internacional Coreográfico, en la segunda categoría (de 15 a 18 años), del Encuentro Internacional de Academias de Ballet.
“El Encuentro Internacional de Academias para Enseñanza del Ballet es un evento para intercambiar experiencias entre todos/as los/as alumnos/as y profesores/as que circulan en el mundo de la danza. Se invitan a personas de otros países, por esto se le llama internacional. Dentro de este evento se encuentran varias competencias para estimularnos como bailarines/asˮ, explicó.
Dayana no es coreógrafa, pero ha estado trabajando en esa habilidad: la de relatar historias con los cuerpos. “Es una habilidad que se ha dado casi de manera inconsciente. Creo que todo empezó con ese impulso que siempre me ha dado mi mamá de: ‘haz tu propia coreografía’, ‘deberías participar en aquel concurso’, ‘monta algo’, siempre esas palabras de aliento. Y de pronto me imaginaba montando coreografías y siendo coreógrafa en compañías.
“Se ha convertido en otra de mis pasiones. Ya no es solo esa urgencia por la danza y la fascinación por los movimientos. Ahora también es la afición por crear obras de mi autoríaˮ.
El pasado año, la joven también había participado en el Concurso Internacional Coreográfico; sin embargo, esta es la primera vez que pudo ver su obra presentada en un teatro.
Además, según narra, “en esta ocasión, el trabajo fue doble porque presenté un solo y una coreografía grupal. Fuimos ocho integrantes así que fue difícil coordinar todo. Quedarme hasta tarde en la escuela ensayando todas las tardes. El proceso de montaje fue complejo. A la hora de montar una coreografía todas tenemos que estar en sincronía y poner de nuestra parte. Hay mucho a tener en cuenta, los diseños en el espacio, crear un ambiente creativo y de exploración corporal, luego la limpieza de toda la coreografía. Sí, definitivamente, es bastante complejoˮ.
Para ella y sus compañeras toda la experiencia en el concurso fue motivadora y desafiante; asimismo, pudieron intercambiar con estudiantes de otras escuelas y países. “Fue eufórico, al menos para mí y mis colegas. Yo personalmente no estaba tan nerviosa, he participado en competencias y concursos desde que tengo uso de razón. Pero ellas sí y yo estaba ahí para apoyarlasˮ.
Dayana recuerda las horas en los camerinos y la emoción de saberse parte de un proyecto enorme; el tiempo de bailar sobre el escenario y la fuerza que mostraban, “fue la mejor parte: hacer juntas lo que nos apasionaˮ.
Aunque las sorpresas no terminaron con la puesta en escena. “A la mañana siguiente recibí una llamada de la directora de la escuela y me comunicó que le dijera a mi grupo que teníamos que estar antes en el teatro y vestidas de gala. Al decírselo a todas empezaron los nervios. ¿Para qué sería?¿Nos darían una mención, un premio? No sabíamos.
“De pronto me encontraba en el teatro sentada con todos los premiados y ninguna se esperaba que ganaríamos un segundo lugar en la categoría contemporáneo grupal. Me dieron mi medalla y me sentí bien conmigo misma. Compartí el logro con mis compañeras y todo era emoción. Esto es un evento de gran prestigio en el mundo de la danza, poder participar y, además, ganar un premio ha sido el éxito para nosotrasˮ.
La joven impetuosa, dedicada y amante del arte danzario, cree que “el bailarín (la bailarina) tiene dos vidas, cuando deja de bailar solo le queda una.. No me imagino sin bailar ningún día de mi vida. Por más cansada y sacrificada que sea la carrera, la escogería mil veces másˮ.
(Tomado de Muchacha)