Empezaba el siglo XXI y Gustavo de Jesús hizo el amor, como tantas otras veces, con Yenny. De ese encuentro que ocurrió un día cualquiera de la primavera, nació una niña a la que nombraron Stephanie. Era el 2 de enero de 2001. Santa Clara, una ciudad bañada de historia y arte, su cuna.
Ellos, como suelen hacer los padres para entretener a sus criaturas, le dieron hojas y lápices de colores cuando apenas tenía dos años. Desde entonces, Stephanie no ha parado de pintar. A los 4 ya había ganado su primer concurso infantil de plástica De donde crece la palma.
Ahí comenzó el periplo por la Casa de Cultura, talleres y círculos de interés.
Si bien la pequeña tuvo otras motivaciones que fueron desde el ajedrez hasta la actuación, y la madre, en algún momento quiso se formara como estomatóloga, cuando tuvo que elegir, no lo pensó demasiado. Ella sabía lo que quería: artes plásticas.
El enfrentamiento con el lienzo en blanco pone siempre nerviosa a Stephanie. Le da por sentirse atrapada en un desafío que la provoca, y al mismo tiempo, la enamora. Ese sentimiento raro, ambivalente, es una de las cosas que más le fascinan de su carrera. Ella misma, así lo explica:
“Me gusta ponerme retos con los cuadros, cosas que sé se salen un poco de mi zona de confort. Lograrlas o por lo menos aprender, y para el próximo, tener superada esa etapa, esa faceta que me propuse”.
Cuadros realistas, retratos que hablan en clave de sentimientos, y casi siempre mujeres. Mujeres porque cree “aún son poco visibilizadas, sobre todo desde el arte”.
“Normalmente se han visto plasmadas desde lo estético o lo erótico, como ‘algo’ lindo. Y no como lo que es en realidad la mujer (sin desconocer la belleza que pueda o no tener la persona). La veo más como trabajadora, madre de familia, la que ha logrado que las distintas tradiciones se transmitan de generación en generación”, dice.
Ella, que firma cada uno de sus cuadros con el apellido “Rivero”, tiene su propio ritual cuando comienza una obra. Lo primero es quitarse los zapatos. Odia trabajar con los zapatos puestos. Necesita sentir el “friito” que le entra por los pies al contacto con el piso. Y pone música. No tiene ninguna favorita, entiende que son muchas horas de dedicación, como para entrar en un bucle.
“Cuando pintaba al lado de mi papá tenía que oír mucho Air Supply , Queen, Guns N’ Roses… la música que escucha. Él, otras veces lo que hacía era poner documentales para que los oyera, o realities en inglés, para practicar el idioma.
“Ahora que estoy trabajando sola, en La Habana, me pongo de todo tipo. Hay semanas que me las paso con Silvio, otras con Joaquín Sabina, con Frank Delgado, con La Trovuntivitis (cuando me entra el gorrión de Santa Clara). También Post Malone, Cimafunk… Varío mucho la música, no me quedo con canciones para trabajar”, confiesa.
“Tengo piezas favoritas, pero creo que es más por momentos, de superación o de estrés. Creas un vínculo más cercano. Por ejemplo, uno de los cuadros que más cariño le tengo es uno de los primeros retratos que hice en la escuela. Se lo hice a mi mamá. Tuve que hacerlo en una semana, fue bastante estresante, porque era el comienzo y siempre tienes expectativas muy altas”, cuenta.
Stephanie ha participado en varias exposiciones. Por el momento, en su mayoría, colectivas. De todas, la que recuerda con más ternura ocurrió mientras estudiaba en la Escuela de Arte, durante “el primer salón”, donde por primera vez vio sus piezas en una galería, al público contemplante.
Hace pocas semanas realizó una en la Casa de los Árabes, ubicada en La Habana Vieja. Allí pudo homenajear a Eusebio Leal con una serie de dibujos, retratos de distintas facetas de su vida. Una colaboración con el proyecto Firdaus, una oportunidad que agradece.
La protagonista de esta historia tiene apenas 20 años y ha dibujado tanto que perdió la cuenta. No tiene contabilizados los lienzos estampados con su firma. Cree que las críticas (negativas/constructivas) sobre su trabajo la ayudan a crecer, a superarse, aunque en principio “duelan un poquito, ‘¿para qué nos vamos a engañar’?”.
Estos años pandémicos la han hecho enfocarse en “cosas por hacer”: diseños de futuros cuadros y series, colaboraciones con proyectos digitales como La Jeringa y Horizontes Blog. Experiencias que describe como “maravillosas”.
Y sigue productiva:
“Estoy preparando una serie con retos nuevos que me estoy proponiendo, de retratos. Me tiene súper emocionada, súper ilusionada y loca por verla ya irse realizando. Ahora solamente es una idea y un proyecto en papel, pero ya quiero ver los cuadros, los lienzos montados. Quiero hacer algo grande”.
Sobre las oportunidades que existen en Cuba para la creación artística, opina:
“Las Casas de Cultura ofrecen muchísimos talleres, de hecho, suelen ir a las escuelas para que los niños se inscriban en las clases. Yo, por lo menos, recuerdo pasar muy buenos tiempos ahí, con mis profesores, que hoy por hoy son amigos y me ayudaron mucho.
“Además, están los concursos municipales, provinciales y nacionales, que en realidad motivan a los estudiantes a dedicar tiempo a eso que puede empezar como un hobby y terminar convirtiéndose en una carrera.
“Existen muchas galerías que brindan oportunidades para personas que pueden ser graduadas o no de Escuelas de Arte, cursos de posgrados, talleres en San Alejandro, en el ISA, talleres vacacionales en los que las personas de distintas edades (niños, jóvenes o adultos) pueden comenzar su carrera en la rama del arte que prefieran, a la edad que elijan. No hay un límite para empezar a estudiar nada. Puedes empezar cuando quieras.
“En el caso de la pintura, sí se nos hace complicado, muchas veces conseguir los materiales, y sobre todo los materiales adecuados. Muchas veces no trabajamos con los mejores porque no los encuentras. Se nos hace casi imposible llegar a ellos, ya sea porque escasean o por los precios”.
Sty tiene el anhelo de dedicarse 100 % a lo que hace, vivir de ello, que sus cuadros sean aceptados. Se plantea como meta principal: “Siempre la pintura primero, por sobre todas las cosas”.
Le gusta salir con sus amigos, llamar a Adrián, uno de ellos, pasear por un parque, ir al teatro, a un café, pernoctar en El Mejunje, su lugar favorito de Santa Clara. Entretenerse con series, películas, o su gatica Natasha, recién adoptada.
Mientras, Gustavo y Yenny siguen conservando sus dibujos como cuando era pequeña, en carpetas por años o colgados por toda su casa. Orgullosos de ella y sus valores.
“De su gran corazón, que contrasta con su valentía para salir adelante y ser una gran luchadora, poniendo siempre en alto su condición de mujer digna. Es inteligente. Justa. Defensora de cualquiera que tenga problemas. Líder, muy cubana y zurda», me textea, vía WhatsApp, hace un par de noches, Gustavo de Jesús, cuando le pregunto por su hija. Y no es para menos, es un padre derretido.
Él y Yenny también son creadores. Tienen una obra única que crece, y con ella, (nos atrevemos a apostar en Cuba Joven) la cultura cubana.